martes, abril 23, 2024

Crítica de ‘En la Vía Láctea’: Kusturica vuelve a lo grande (y lo hace acompañado de Mónica Bellucci)

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: En la Vía Láctea

A estas alturas es absolutamente incuestionable que a pesar de algún que otro patinazo en su filmografía, Emir Kusturica es uno de los grandes nombres del cine europeo contemporáneo. Es cierto que en los últimos años su trayectoria ha estado un poco dispersa entre documentales y participaciones varias en películas episódicas, que para encontrar su última película de ficción hay que remontarse nueve años atrás para tropezarse con la decepcionante Prométeme (2007) y que su mejor cine parece un poco a la deriva desde su obra maestra Underground (1995) a pesar de que tras ella realizó las nada desdeñables Gato negro, gato blanco (1998) y La vida es un milagro (2004).

Regresa ahora Kusturica a la ficción con En la Vía Láctea y lo hace con una personalísima historia ambientada en plena guerra de los Balcanes en la que él mismo interpreta a Kosta, un lechero que todos los días atraviesa el frente de guerra montado en su burro para llevar un par de cántaros de leche a los soldados que luchan en las trincheras. Una joven aldeana (Sloboda Mićalović) planea casarse con Kosta sin contar con que de todas las mujeres que en el mundo existen podría aparecer la más capacitada para volver loco a un hombre, la mismísima Mónica Bellucci interpretando a una misteriosa mujer de madre italiana y padre serbio que huyendo de un turbio romance acaba cayendo en la aldea en cuestión.

Basada en tres historias reales y muchas fantasías y a medio camino entre el naturalismo y el realismo mágico, Kusturica construye un film hermoso en la línea de su mejor cine y con todas las señas de identidad de su estilo: un fuerte apoyo en la música con raíces étnicas, una realización que prima la potencia visual sobre la coherencia narrativa, la presencia de personajes extravagantes, la búsqueda de la comicidad a través de situaciones absurdas o exageradas, la utilización de animales o fuerzas de la naturaleza como elementos narrativos y la desdramatización de un hecho trágico (la guerra una vez más) mediante un tono festivo y despreocupado.

Todo esto está presente en En la Vía Láctea. La extraordinaria música de su hijo Stribor Kusturica, tanto en su parte instrumental como en sus divertidas canciones, acompaña todo el metraje guiando las emociones de un espectador que asiste atónito a la aparición de un ave rapaz que baila, una serpiente que bebe leche, unas ocas que se bañan en una pila de agua teñida o un burro que sortea las balas con la habilidad del mejor soldado. Los animales aparecen a menudo como personajes salvadores lo cual otorga cierto aire de fábula a un film en el que su director, como es habitual en él, no está preocupado por la credibilidad de su historia o la verosimilitud de lo que cuenta, no es esa su guerra, cuando algo se pone imposible de contar Kusturica emplea las ensoñaciones, la fantasía o las secuencias imposibles como la fascinante zambullida de La Novia (Bellucci) en el río.

El reparto está poblado de estupendos actores serbios que interpretan a personajes tan dispares como un peculiar fotógrafo, un médico estrambótico, una aldeana acróbata o un general tuerto que acompañan a un Emir Kusturica más que solvente como actor y a una apoteósica Mónica Bellucci en uno de los mejores trabajos de su carrera, hablando serbio y poniendo su talento como actriz muy por encima de un atractivo físico que, aunque lamentablemente suele ser lo único que muchos esperan de ella, se pone al servicio de la película y no al revés.

La idea de huir de un tormentoso pasado para “recomenzar” aprendiendo a vivir de cero o el amor como fuerza vital que se convierte en “lo único que tiene sentido” alimentan un film que a pesar de sus imperfecciones o precisamente por ellas y salpicada de algunos momentos absolutamente geniales (como la secuencia de las cazuelas que ilustra esta crítica) se rebela como una película de enorme belleza plástica, gran carga poética y potente contenido simbólico. Kusturica ha vuelto a la ficción y los espectadores estamos de enhorabuena.

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