martes, abril 23, 2024

Crítica de ’50 primaveras’: Las edades de la vida

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 50 primaveras

Ni psicólogos, ni sociólogos ni expertos en comunicación, coaches y demás profesionales del desarrollo personal consiguen ponerse de acuerdo sobre si existen o no las crisis vitales relacionadas con edades concretas. Ya saben, la famosa “crisis de los 40” que por lo visto afecta más a los hombres o la “crisis de los 50” que al parecer es más propia de las mujeres. Existen multitud de tópicos, algunos mitos y decenas de chistes sobre ambas pero confieso que no tengo una opinión formada al respecto. Me cuesta trabajo creer que una persona de 39 o 49 años no se plantee cosas que de la noche a la mañana pasen a atormentarle con 40 o 50, pero tal vez esos “cambios de prefijo” en la edad mediante los cuales uno deja de ser veinteañero o treintañero para ser cuarentón o cincuentón haga que nos planteemos dónde se quedaron nuestros sueños de juventud, el mundo que nos íbamos a comer o los éxitos a alcanzar. Y, lo que es todavía más nocivo, que dicha reflexión nos lleve irremediablemente al terrible error de compararnos con nuestros coetáneos (amigos, conocidos o familiares) y medir lo lejos que hemos llegado comparado con ellos. Como si las circunstancias fueran las mismas. Como si los sueños hubieran sido los mismos.

Aurore (Agnès Jaoui) es una mujer que llegada la cincuentena comienza a experimentar una serie de cambios en sí misma y en su entorno que la ponen en el disparadero de la crisis existencial. ¿Ha perpetuado como madre los mismos errores que su madre cometió con ella?, ¿se ha casado con el amor de su vida o con el premio de consolación?, ¿tiene edad para aguantar los desmanes de un jefe gilipollas?, ¿qué tipos de trabajo hay para una mujer de su edad y escasa formación?, ¿qué diantres son estos sofocos que no la dejan dormir para los que nada funciona?, ¿abuela?, ¿cómo qué abuela?, ¿por qué de repente la casa está vacía y en silencio?. Pero por encima de todo, Aurore es una mujer vital y optimista que convive con sus miserias con el desparpajo con el que piensa en voz alta aunque lo que suene sea una inconveniencia.

Y sobre esta mujer, Aurore, deja caer la directora francesa Blandine Lenoir todo el peso de estas circunstancias para dirigir su segundo largometraje que en España se estrena con el título 50 primaveras (Aurore es su título original). En tono tragicómico, con un sutil sentido del humor, con una buena dosis de ternura y otra de mala leche, y también, justo es reconocerlo, con algún tópico un poco ramplón, Blandine Lenoir compone una película divertida, entrañable e inteligente en la que la gran Agnès Jaoui (excelente actriz, guionista, directora, cantante…) despliega todo un repertorio de estados emocionales con naturalidad, encanto y gracia.

Acompaña a Jaoui un sólido reparto en el que destacan Thibault de Montalembert, Pascale Arbillot y el siempre divertido (con ese físico imposible no serlo) Philippe Rebbot. Pues aunque todo en 50 primaveras gira en torno a su protagonista, existe una amplia galería de personajes secundarios, algunos excesivamente caricaturescos, que en forma de amiga alocada, hija mayor, hija postadolescente, primer novio, ex marido, jefe gilipollas, compañeras de trabajo, secretaria de la oficina de empleo, médico y demás, contribuirán a que en ningún momento decaiga el ritmo de una película tan grata de ver como perdurable en el recuerdo con algunas secuencias francamente divertidas como la cena musical o el reencuentro generacional en el colegio.

Pero 50 primaveras no es solo la crónica de una mujer en crisis, es además un afilado (y en ocasiones despiadado) ensayo sobre las relaciones humanas, un melancólico vistazo a las oportunidades perdidas y un optimista canto a la siempre presente posibilidad de reengancharnos a las segundas oportunidades que, buscadas o aparecidas por sorpresa, a veces nos presenta la vida para afrontar todas las primaveras que quedan por delante; porque como decía la maravillosa canción “Ain’t Got No, I Got Life” de la inolvidable Nina Simone a la que Aurore se aferra como leitmotiv: «¿qué tengo si de todos modos estoy viva?, tengo vida, tengo mi libertad, tengo la vida y la voy a conservar».

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