viernes, marzo 29, 2024

61 SEMINCI. Sección Oficial. Crítica de ‘Anatomy of Violence’: Despropósito experimental de Deepa Mehta

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 61 SEMINCI: 
Anatomy of Violence

 

Hay ocasiones en que no me gusta una película, es algo que le ocurre a todo el mundo, cuento con ello y no tiene nada de anormal. Pero hay veces que una película, además de no gustarme, me cabrea. Esto, afortunadamente me ocurre pocas veces pero hoy, Anatomy of Violence me ha puesto de muy mala leche, y lo siento especialmente porque su directora, Deepa Mehta ha demostrado ser poseedora de ese don tan escaso llamado talento y tiene unas cuantas películas que me han hecho disfrutar mucho; recuerdo especialmente la emoción que me causó su película Agua que vi precisamente en una SEMINCI de hace ya unos cuantos años. Esto hace que me resulten más incomprensibles las razones por las que Deepa Mehta ha perpetrado semejante despropósito. 

Anatomy of Violence parte de un terrible hecho real ocurrido en India el año 2012 cuando seis hombres violaron a una joven y agredieron a su novio en el interior de un autobús de Nueva Delhi. Fue una noticia que saltó las fronteras y alcanzó eco en los medios de comunicación de todo el mundo, de hecho, la recuerdo con espanto. Al parecer este suceso hizo que se produjeran algunos cambios en ciertas leyes indias que han demostrado ser ineficientes pues las violaciones siguen produciéndose con una frecuencia desquiciante.
 
El caso es que Deepa Mehta se ha basado en esa noticia, no para hacer un documental o un docudrama sobre lo que ocurrió sino para elaborar una tesis sobre los determinantes que pueden llevar a un hombre a convertirse en un violador. Hasta aquí perfecto. Es una opción totalmente válida y de hecho, como idea resulta mucho más brillante que realizar una reconstrucción de los hechos que podría acabar derivando en una película más, basada en hechos reales, emparentada con esos telefilms con los que las cadenas televisivas suelen obsequiarnos las sobremesas. El problema radica en que a Deepa Mehta le ha dado por experimentar. Y los experimentos pueden salir muy bien o explotar.
 
Narrativamente, la película está dividida en partes y capítulos. En la primera parte que lleva el título de “Vidas vividas”, Deepa Mehta propone tantos capítulos como personajes tiene la historia; uno dedicado a la víctima cuyo personaje desdibuja deliberadamente y otros seis dedicados a cada uno de los seis salvajes que cometieron el horrible crimen. Con cada uno de ellos se remonta a su infancia para encontrar las posibles causas de su degeneración, el asunto es que, y aquí está la primera decisión fallida, cada personaje es interpretado por el mismo actor (adulto) en todos los momentos de su vida. Es decir, cuando el personaje es niño, vemos como alguien abusa sexualmente de él o le maltrata físicamente, sobre el actor adulto. Es una opción a priori válida; probablemente en el medio teatral hubiera funcionado, pero en la pantalla resulta grotesco y esto, sintiéndolo mucho, arruina totalmente el experimento. 
 
Tal es así, que Deepa Mehta recurre a una voz en off para aclararnos lo que no es capaz de hacer entender solo mediante imágenes. Y cuando una voz en off no es introducida como una opción narrativa si no para explicar lo mismo que estamos viendo, mal asunto, algo está fallando en el relato. Por si esto fuera poco, Deepa Mehta decide filmar casi todo el metraje con la cámara al hombro sometiéndola a un excesivo movimiento que lejos de conferir tensión a las secuencias, incrementa el grado de estupor del espectador. Añadamos un uso arbitrario del lenguaje cinematográfico y una sobredosis de montaje y tenemos el despropósito completo.
 
Cuando ya han transcurrido más de tres cuartos de película, en el desenlace, Deepa Mehta abandona la experimentación, recurre a la utilización de imágenes de archivo de la noticia, coloca la cámara con sentido, utiliza la puesta en escena y sigue un cauce narrativo correcto para dar conclusión a su película. Lamentablemente es demasiado tarde. Nadie me quita de encima los ochenta minutos de experimento fallido. 
 
En la rueda de prensa ofrecida esta mañana en el Teatro Calderón, el productor de la película David Hamilton ha dicho que allá donde se ha exhibido el film ha gustado a todas (o la mayoría) de las mujeres y no ha gustado a los hombres. Cuando escuché esto todavía no había visto la película pero reconozco que el comentario me mosqueó. El hecho de que Anatomy of Violence no me haya gustado me mosquea todavía más pero no pienso caer en la trampa del señor Hamilton, no acepto esa simplificación tan burda, si a mí la película no me ha gustado no es por mi condición de hombre, es por razones estrictamente cinematográficas, precisamente las que he tratado de explicar en los párrafos precedentes. El comentario del productor, analizado ahora, me resulta incluso malicioso, parece pretender dar por sentado que si a alguien no le gusta la película es sencillamente porque es hombre y no porque la película pueda ser cuestionable desde un punto de vista fílmico. 
 
Deepa Mehta dijo durante su intervención en la gala inaugural que ha llegado el tiempo de cambiar la situación de la mujer en el mundo y que para ello es imprescindible el concurso de los hombres y que cuenta con ellos (con nosotros) para que así sea. Hoy ha vuelto a decirlo durante la rueda de prensa. Estoy absolutamente de acuerdo con ello. Le compro el discurso ideológico, sociológico y humanista señora Mehta, cuente conmigo, pero no le compro el discurso cinematográfico. Vincular que guste la película a compartir la idea es hacer trampas. Me gusta su idea. Su película no.

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