martes, abril 23, 2024

Crítica de ‘Black Angel (Senso´45)’: Erotismo de alto voltaje de la mano de Tinto Brass y Anna Galiena

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Black Angel (Senso´45)

Por curiosas razones de distribución que renuncio a entender, se estrena en España con catorce años de retraso la película Black Angel (Senso´45, 2002) de Tinto Brass, que hasta ahora nunca se había exhibido en salas de cine de nuestro país y que en algunos países de habla hispana se ha estrenado con el título Las perversiones de Livia. Se trata de una particularísima adaptación de la novela «Senso» de Camillo Boito sobre la cual, en 1954, Luchino Visconti filmó su conocida película homónima protagonizada por Alida Valli y Farley Granger. En esta ocasión, Brass cambia la ambientación original de la novela trasladando la acción de la Venecia de mediados del XIX durante la ocupación austriaca hasta la misma Venecia de la Italia fascista durante la República de Saló, que durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial ejerció como un régimen subordinado a la Alemania nazi. 

Para todos aquellos que conozcan a Tinto Brass o hayan visto alguna de sus películas, no será una sorpresa encontrar en Black Angel todas las características de su cine, fundamentalmente una introducción cuidada con un planteamiento inicial que sitúa personajes y argumento para, a medida que transcurre el metraje, irse cada vez que tiene ocasión hacia derivas eróticas que Brass, como probablemente ningún otro director en el mundo, mantiene en el delicado (y cortante) filo que separa erotismo de pornografía. Su obsesión por mostrar sin ambages los pechos y, sobre todo, los traseros femeninos le llevará a darse un nuevo festín de planos más o menos cercanos y más o menos explícitos con los que despertar las bajas pasiones del espectador. 
Es cierto que, en este sentido, Black Angel está lejos de otras obras suyas como Los burdeles de Paprika (1991) o El hombre que mira (2004), pero no faltan sus habituales espejos situados estratégicamente sobre la cama o en los armarios del baño para ofrecer planos imposibles de concebir en un cine más convencional. Tampoco escatima su habitual dosis de escatología (ver orinar a una señorita es otra de sus aficiones) ni se priva de filmar una orgía en un prostíbulo en el que bailarinas y oficiales alemanes se entregan a las artes amatorias con desenfrenada lubricidad. En dos palabras: Tinto Brass
La maravillosa banda sonora de Ennio Morricone resulta un atributo excesivo para una película que no parece merecer tanto honor. Los acordes del maestro italiano resultan reconocibles y dan lustre a una película que tiene su otro gran valor en la actriz protagonista, y quizá sea esta la diferencia que distingue a Black Angel de otras películas de su director. Pues aunque habitualmente, Brass se rodea de actrices atractivas y voluptuosas pero con poco talento interpretativo, la Debora Caprioglio de Los Burdeles de Paprika por ejemplo, aquí cuenta con una verdadera actriz que, aunque funcionó como un poderoso símbolo erótico durante los noventa, ha demostrado su valía en otro tipo de películas. Una carnal Anna Galiena, conocida en nuestro país por su trabajo en Jamón, jamón (Bigas Luna, 1992), fue la protagonista, Livia, cuando contaba cuarenta y siete años (hoy tiene sesenta y uno). En Black Angel Galiena crea un personaje al que, a pesar de su base romántica, dota de una poderosa sensualidad que atraviesa sin tapujos el umbral de la sexualidad cuando la cámara de Tinto Brass lo exige. Y no son pocas veces.
Su personaje, casada con un commendatore local (Franco Franciaroli) se siente irresistiblemente atraída por el teniente nazi Helmut Schultz (Gabriel Garko) que bajo su apariencia, un tanto amanerada, esconde a un depravado jugador que abusará de Livia utilizándola para seguir llevando su vida disoluta de alcohol, juego y mujeres y desatender sus obligaciones con el ejército nazi. La historia no tiene ningún interés histórico aunque funcione a las mil maravillas la estética nazi que Tinto Brass ya utilizó en su film Salón Kitty (1976). 
La utilización de la voz en off (otro recurso habitual de Brass) de Anna Galiena sirve para explicar lo que la narrativa cinematográfica desatiende cada vez que se pierde en pesquisas eróticas. Ella explica, con un relato un tanto pomposo, lo que siente y lo mucho que desea que su nazi la transporte a las cumbres del éxtasis al que su marido hace mucho que no la lleva. 
En conclusión, erotismo de alto voltaje y una historia convencional y previsible que Anna Galiena salva de resultar aburrida. Un film para incondicionales de Tinto Brass y para todos aquellos que quieran acercarse a una película que las distribuidoras españolas ignoraron en 2002 y que ahora es rescatada para su exhibición en pantalla grande.

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