sábado, abril 20, 2024

Crítica de ‘Primavera en Normandía (Gemma Bovery)’: El arte siempre acaba imitando a la vida

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Primavera en Normandía (Gemma Bovery)

Que nadie me arroje a los leones, empezando por el director de esta página, pero nunca he distinguido bien las diferencias entre tebeo, cómic y novela gráfica. Tampoco he entendido porqué ese desprecio por la palabra historieta, mucho menos pretenciosa, pero las veces que he intentado expresar esta opinión se me ha callado con un taxativo: “eso es otra cosa diferente”. Dicho esto, no soy actualmente un gran lector del llamado noveno arte, pero a lo largo de mi vida he leído muchos tebeos, cómics y, acaso sin saber que lo estaba haciendo, alguna novela gráfica. 

Hago esta digresión que puede parecer no venir a cuento para hablar de Gemma Bovery (miren, hasta aquí hemos llegado, me niego a referirme a esta película como Primavera en Normandía, la película se titula Gemma Bovery, es un juego de palabras con el nombre del personaje protagonista, Emma Bovary, de la inmortal novela de Gustave Flaubert, «Madame Bovary». En España, algún superdotado pensó “vamos a cambiarle el título y la estrenamos el fin de semana que comienza la primavera”, de qué vaya la película, la importancia del título original en la trama, el sofisticado juego con los nombres o el respeto a la obra original en la que se basa la película son definitivamente asuntos menores para los distribuidores españoles. Basta ya.). Hago esta digresión, decía al lejano comienzo de este párrafo, para referirme a Gemma Bovery que está basada en una novela gráfica (o lo que sea) de la ilustradora británica Posy Simmonds que la publicó por entregas en The Guardian durante los años noventa. 
La directora francesa Anne Fontaine dirige con acierto y buen gusto la adaptación escrita por ella misma y Pascal Bonitzer. Y no es esta la primera vez que la obra de Posy Simmonds  es llevada al cine, Stephen Frears adaptó en 2010 Tamara Drewe, otra novela gráfica de la misma autora, también publicada por entregas en el mismo diario. Ambas películas, además de la procedencia del material de partida, comparten idéntica actriz protagonista, la británica Gemma Arterton que pone al servicio del papel toda su sensualidad. Ella es Gemma Bovery, una joven inglesa de clase media que se asienta en una casa de campo con su marido para dedicarse a restaurar antigüedades en una suerte de vida bohemia y despreocupada. 
El protagonista masculino del film es Martin Joubert (Fabrice Luchini) un intelectual parisino que hace unos años decidió abandonar el bullicio de la capital para refugiarse en un pequeño pueblo normando donde regenta la panadería heredada de su padre. Allí vive sumido en la tranquilidad del campo y su fascinación por la literatura clásica en general, y «Madame Bovary» en particular, hasta que su apacible existencia es turbada por su nueva vecinita, que no es otra que Gemma Bovery, cuyo nombre, inequívocamente, evoca a la protagonista de su novela favorita. 
La mirada fascinada, turbada, ensimismada, hechizada (y todos los “-ada” que se les ocurran) de Fabrice Luchini a su objeto de deseo supone, junto a la incuestionable carnalidad de Arterton las mejores bazas de un film inteligente y ágil en el que el guion coquetea sutilmente con la obra literaria de Flaubert. Esta interacción entre cine y literatura se sustenta fundamentalmente en el personaje de Martin que a Luchini le sienta como anillo al dedo. Los pasajes en los que su voz en off da aliento a la narración son francamente buenos y su ensoñación platónica resulta muy divertida. 
No es una película de carcajadas, y nada voy a contar del final, pero Gemma Bovery se ve con la  despreocupada sonrisa de una estupenda puesta en escena, una bella ambientación y una acertada propuesta musical incluyendo dos bonitas canciones de Moriarty, especialmente «Jimmy». 
La dirección de Fontaine es muy atinada y detrás de un tono aparentemente amable, saca el afilado cuchillo de la ironía (presente ya en la novela) para describir ambientes pretendidamente idílicos (esa sobrevalorada fascinación por la vida en el campo de la clase media venida a más) y personajes pretendidamente (o pretenciosamente) cultos con ínfulas literarias a los que satiriza de forma elegante pero inclemente con un inteligente sentido del humor, hasta llegar al chiste final, el cual, señores distribuidores, no va acerca de la primavera, ni de Normandía, ni de la primavera en Normandía, el chiste del final tiene que ver con el nombre de la protagonista femenina que es el mismo que el del título original de la película, ese que ustedes se han cargado para estrenar la película en primavera. O vaya usted a saber por qué…

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