jueves, marzo 28, 2024

Crítica de ‘Las inocentes’: Narración brillante, sin excesos morales y respaldada por un elenco femenino sensacional

Las críticas de Carlos Cuesta: Las inocentes
 

La cartelera esconde maravillas que pasan inadvertidas entre los fuegos artificiales de los Oscar y las patochadas convergentes y divergentes. A falta de una gran campaña de marketing, algunas películas sólo cuentan con el apoyo de un cartel atractivo, del prestigio discreto de su director y, a veces, con el aval de proyectarse en una sala que escoge bien sus títulos. Las inocentes es una de esas joyas que pasan desapercibidas para el gran público, pese a su potencial para darle un buen repaso a la mayoría de las propuestas de Hollywood.

Terminada la II Guerra Mundial, Mathilde, una médico interna de la Cruz Roja se encarga en Polonia de curar a los supervivientes franceses. Una religiosa de un convento cercano, infringiendo las normas de su orden, acude a ella para que asista al parto de una de las hermanas. Mathilde (Lou de Laâge) descubre entonces que no se trata de un caso aislado. Las monjas quieren mantener en secreto las violaciones en serie de los soldados rusos para ocultar la vergüenza. El final de la guerra ha dado paso a los excesos de los «vencedores».

La última película de Anne Fontaine (Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel) es toda una demostración de equilibrio estético, interpretativo y emocional, pero es ante todo un ejercicio ético donde el más mínimo error puede conducir a un moralismo grotesco y simplista. La representación de una colectividad cerrada y dogmatizada podría prestarse a una caracterización simplificada y demasiado compacta y homogénea, sin embargo cada una de las monjas se nos ofrece con una singularidad moral, de personalidad y de carácter que aporta a la historia una credibilidad extraordinaria. Una vez más la realizadora (que ha estrenado recientemente en España Primavera en Normandía) se sumerge en el alma de la mujer para mostrárnosla en toda su complejidad.

El trabajo actoral no tiene resquicio alguno. Lou de Laâge está simplemente magnífica a la hora de mostrar un gran registro de emociones diferentes a través de sus palabras y de su rostro. Su personaje se mantiene en una respetuosa posición casi neutral, demostrando que el compromiso puede, y a veces debe, estar exento de juicios de valor; entre los personajes del convento Agata Buzek da vida a una religiosa que se nos van desvelando poco a poco, partiendo de un personaje que se nos presenta casi como fanático, para descubrir en ella múltiples capas de la complejidad humana, síntesis de las decisiones, los imperativos vitales y el azar. Del lado masculino, Vincent Macaigne, al que sólo conocía de La chica del 14 de julio, lleva a cabo una función vital al encargarse de un papel tragicómico, el de un médico judío, que permite al espectador tomar un respiro entre el drama.

Las interpretaciones ensalzan una dirección que ha gestionado con eficacia la separación de los espacios como representación de dos maneras diferentes de entender el mundo. De un lado el puesto de la Cruz Roja representa una mentalidad atea o escéptica, fruto de la salvaje realidad de la guerra; por otra parte el convento muestra el rigor de la vida de clausura y la fe incuestionable y firme en Dios como forma de explicar las mismas atrocidades, o de ignorarlas. El desarrollo de los acontecimientos nos muestra que no es solamente el convento el que está aislado, sino los dos espacios. El equilibrio y la tolerancia entre múltiples formas de concebir la sociedad y la moral es lo que permite a ambos «mundos» avanzar en armonía. Los juicios rápidos, generales y absolutos se revelan inútiles para cuestionar ya sea una forma de vida o la contraria. La sutileza con la que los hechos y los diálogos se suceden alcanza a expresar las contradicciones espirituales, sociales y personales, sin reducir la esencia de un individuo a un error puntual, a la miseria circunstancial o la pertenencia a un colectivo.

La composición de planos y los movimientos de cámara no tienen desperdicio alguno y logran que cada imagen aporte contenido y significado con una ligereza y una elegancia admirables. Si unimos al éxito técnico ese escenario bien dispuesto y un paisaje nevado que enfatiza las nociones de crudeza, aislamiento y pureza mancillada; una excelente iluminación y fotografía frías; una interpretación absolutamente verosímil y punzante y una historia que va más allá de un mensaje moral único, tenemos en Las inocentes una de las películas más completas e impactantes de este año. Además, el enorme dramatismo trágico que rodea la historia no impide la aparición de pasajes de ironía cómica que, muy bien dosificados, alejan al espectador del sufrimiento estéril.

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