miércoles, abril 17, 2024

Crítica de ‘Leal’: Remake de ‘Divergente’ con mejores efectos especiales

Las críticas de Óscar M.: La saga Divergente: Leal
 
 
 
Cuando parecía que la saga Divergente no podía ir a peor, llega a los cines Leal, tercera entrega de la franquicia, que a su vez está basada en la mitad de la tercera novela, que no es más que un remake no confeso de la primera parte. Sí, otra vez.
 
La saga Divergente hace ya dos películas (incluyendo a esta tercera) de da vueltas sobre sí misma y tiene un argumento que no avanza lo más mínimo. En el estudio se han empeñado en hacer cuatro películas de una historia que podría resumirse a la perfección en una miniserie de dos episodios de cuarenta y cinco minutos cada uno.
 

Si el lector no se lo cree, que preste atención a los paralelismos: tenemos a una joven protagonista que descubre que no encaja dentro de la sociedad, el resto vive «feliz» y con moderada comodidad en un estado casi militar donde un dictador (dirigente político o director) impone las normas y expulsa a los que son diferentes, como ella. Es el argumento de Divergente, pero también es el de Leal.
 
De esta forma, tenemos otra ciudad (más grande, mejor y más futurista que la que vimos en la película anterior), con otro dirigente del que pocos se fían, con los repetitivos y típicos problemas de los protagonistas para adaptarse a este nuevo entorno y con los mismos diálogos sobre lo que hay «más allá» de los muros (como si el espectador no hubiera tenido suficiente con ver la misma historia ya dos veces durante cuatro largas y tediosas horas).
 
Por si no teníamos suficiente, volvemos a tener a dos grupos enfrentados de la sociedad que ya conocíamos: una pequeña parte de los liberados tras la eliminación de las múltiples facciones se autodenomina «Leal» (recurso narrativo que no tiene ninguna importancia y de donde surge el nombre de la novela y la película) por estar en contra de las normas que establece la nueva jefa. Una batalla que al espectador le importa poco o nada, puesto que está protagonizada por secundarios de los que no se ha aprendido ni el nombre.
 
El resultado es una constante sensación de déjà vu para el público, que está viendo la misma película una y otra vez, pero, en esta ocasión, con peores actores. Porque en la saga se dedican a ir sustituyendo actores para los mismos personajes esquemáticos como el que cambia cromos repetidos, es decir, con poco interés. Volvemos a tener a una déspota en el cargo más alto (Naomi Watts), un lacayo asesino de gatillo fácil (Jonny Weston) y un nuevo director insufrible (Jeff Daniels), todos son personajes que ya habíamos visto en Divergente o en Insurgente y de los que ya nos habíamos librado (porque habían sido asesinados) de nuevo en pantalla.
 
Así que, con la misma historia y los mismos personajes, lo que tenemos es la misma película que vimos hace dos años. Aunque hay que matizar que ahora los efectos especiales son mejores. Leal es un auténtico festival de efectos visuales: la recreación de los terrenos más allá del muro (que recuerdan a la horrible El corredor del laberinto: Las pruebas), la nueva ciudad construida sobre el aeropuerto, la otra ciudad a sólo media hora de viaje en nave espacial ultramoderna (y transparente) o los nuevos juguetes tecnológicos militares son una maravilla digital que es lo único salvable de esta secuela.
 
Porque si los guionistas pensaban que el público se iba a emocionar con esa carrera contrarreloj final por evitar que un gas borre la memoria de los personajes, deberían haber gaseado a toda la sala de cine antes de empezar la proyección. Es la primera vez en la historia que un gas no se expande rápidamente contra las paredes del recipiente (o habitación) donde está, que alguien puede evitar los efectos del gas simplemente corriendo con las manos en la boca o que el gas se contrae hasta volver a su recipiente original. Toda la trama final con el gas de la memoria es una absoluta tomadura de pelo y un insulto al espectador.
 
De Shailene Woodley poco (malo) se puede decir que no se haya dicho ya. En esta tercera parte demuestra que sigue teniendo tan poca capacidad de interpretación como habilidad para transmitir emociones al público, que su pelo crece mágicamente aunque las secuelas sean consecutivas en el tiempo, que la han puesto a dieta y que su vestuario cada vez se parece más al del personaje de Kate Winslet en la primera parte.
 
El director Robert Schwentke abusa en esta ocasión de las escenas rodadas con grúa y convierte cualquier diálogo estúpido (como el que da inicio a la película, innecesariamente situado en lo alto de un edificio en ruinas) en una escena de una importancia extrema y trascendencia para los protagonistas. Del mismo modo, la música de Joseph Trapanese está obcecada en transmitir acción y espectacularidad aunque los personajes vayan montados en un ascensor transparente que sube los pisos oportunamente construidos en forma de estructura de ADN.
 
A pesar de todo, Leal es entretenida de ver, aunque sólo sea para buscar paralelismos con las dos películas precedentes, por pasar vergüenza ajena con el tema del gas (o cómo nos meten con calzador lo buena que es la diversidad genética) o para comprobar hasta a qué nivel de realismo llegan los efectos digitales. Es inevitable desear que se estrene cuanto antes Ascendant (segunda parte de la tercera novela) y que este sufrimiento acabe pronto.

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