viernes, marzo 29, 2024

Crítica de ‘Rey gitano’: El concepto es el concepto, y el concepto es ‘Airbag’

Las críticas de Carlos Cuesta: Rey gitano

Juanma Bajo Ulloa ha estado once años sin presentarnos un largometraje de ficción. Dice que sus producciones surgen cuando pueda hacerlas con total libertad, y ahora que lanza su nuevo estreno, 18 años después de su aclamada Airbag, se nota la carrerilla que ha cogido para darle una buena bofetada a la monarquía, a los políticos y a los constructores que se creen dueños del país (y a veces hasta lo parecen). Rey Gitano, con su permiso, es una digna sucesora de Airbag que sirve para actualizar el estado de ánimo de un país a veces fantástico y a veces lamentable, con sus presuntas dos Españas en la inopia, mientras cuatro tipejos se hacen ricos a costa de todos los demás.
 
El argumento nos sitúa pocas horas antes de la coronación del rey Felipe VI y del último fracaso mundialista de la selección española de fútbol. Un estafador gitano (Arturo Valls) ha logrado convencer a dos espías fracasados (Karra Elejalde y Manuel Manquiña) de que existe un complot para envenenar al rey, cuando lo que de verdad pretende es conseguir una muestra de su ADN para cotejarlas con el suyo propio y demostrar que él es el primogénito bastardo de Juan Carlos I. La inoperancia e incompetencia de los dos hombres provocará un encadenamiento de malentendidos y confusiones que hará pensar a la seguridad nacional que verdaderamente hay un plan para acabar con el monarca.
 
Rey Gitano no es Airbag, aunque las comparaciones son inevitables, más aún cuando la película conserva su espíritu irreverente, escatológico, iconoclasta, con su sabor de road movie y sus desastres en cadena. No sé si hay un paralelismo expreso, pero las paradas de puticlub en puticlub de su predecesora se transforman en este caso en una serie de actos de la Casa Real. Ulloa despelleja sin pudor el papel de la monarquía, de los ministros y sus demagogias ya sea en las políticas de género o de cualquier otra clase. Es una producción tan crítica con todas las instituciones que menciona, con la idea rancia de una patria que dicen de pandereta, que si en vez de comedia fuera un drama serio estoy casi seguro de que no habría llegado jamás al cine.

 
Elejalde está fantástico con su aire despistado, su avaricia ingenua, su idealismo relativo y dudosamente leal al republicanismo y sus refranes a destiempo con términos cambiados, su ignorancia perpetua al invocar frases paradójicas, erróneas, tergiversadas o directamente contradictorias. Manquiña y su acento nos recuerdan a ese gran Pazos de Airbag y sus frases para la historia. Quien no le haya escuchado decir aquella magnífica intervención de «el concepto es el concepto» vaya a ver Rey Gitano y presencie otras a la altura de las que sólo desvelo una: «Si no hubiera sido por las drogas habría acabado francamente mal». Nostálgico de la España una, grande y libre, a su personaje España le duele y su supuesta desintegración también. Recorriendo el País Vasco, Cataluña o Madrid, junto a los personajes repasamos las que Bajo Ulloa estima absurdas contradicciones de un país donde el verdadero deporte nacional siempre fue el pelotazo y los chiringuitos, de playa o financieros.
 
Santiago Segura, Rosa María Sardà y Albert Pla son otros de los intérpretes que repiten con respecto de Airbag, mientras otros como Arturo Valls, María León y Charo López completan el plantel y cumplen con su trabajo de una forma discreta, dejando el protagonismo a una pareja que nos recuerda que más nos valdría dejar de despellejarnos entre españoles antes de que el asunto no tenga más remedio.
 
Definir si Rey Gitano es una buena o una mala película es una tarea compleja. Efectos especiales aparte, en ocasiones de calidad un tanto escasa, Rey Gitano les gustará si aprecian las comedias que se bautizaron como gamberras a partir de Airbag, y desde luego si la gozaron con ésta. Yo desde luego la disfruté. La escena musical dedicada a la unidad de España y sus colores es de una apoteosis hilarante; las disertaciones de Manquiña son verdades a gritos que lo políticamente correcto ha dejado castigado en un rincón. Al final, prima la idea de que España es un cachondeo formidable donde tener mucho morro abre más puertas que cualquier licenciatura; que es un jodido desastre, un puzzle irresoluble, pero deja caer ese glorioso «América es una mierda pinchada en un palo», como si Bajo Ulloa pensara que lo demás igual tampoco es mejor.

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