viernes, marzo 29, 2024

Crítica de ‘Suite francesa’: El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos

 Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: Suite francesa

Con frecuencia el cine bélico se cuenta desde las trincheras. En un intento de acercar mínimamente al espectador a la crueldad y la sinrazón de la guerra, las historias giran en torno a los héroes y los cobardes del conflicto. Poco se habla de aquellas personas, afectadas tan en primera persona como un soldado, pero que permanecen en su casa intentando continuar la rutina de un mundo que nunca volverá a ser el mismo.

En el 2004 se publicaba la novela de Irene Nemirovsky «Suite francesa». El planteamiento de Nemirovsky era un retrato de la Segunda Guerra Mundial relatado a través de una pentalogía. Desafortunadamente, la escritora francesa de origen ucraniano, fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz cuando apenas había bosquejado el tercer libro. No fue hasta casi cincuenta años después que la hija de la escritora encontró el manuscrito de los dos primeros libros, «Tormenta de Junio» y «Dulce», que formaron la novela que ha llegado hasta nosotros los lectores. Suite francesa es una de las obras que más pronto relató el conflicto bélico, y una de las pocas que lo hacen fuera del campo de batalla, siguiendo la vida de refugiados, esposas y madres que sufrieron al enemigo en su propio hogar.

Los alemanes han llegado a Francia y pequeñas comunidades a las que huyen ciudadanos parisinos han de enfrentarse no solo la la repentina superpoblación, sino al control gubernamental por parte del ejército nazi. En el pequeño Bussy, Lucille Angellier vive con su suegra, una adinerada terrateniente, mientras espera resignada el fin de la guerra y el regreso de su marido. A la llegada a la aldea del control nazi, cada vecino está obligado a hospedar a un oficial alemán. El teniente Bruno von Falk entra en la vida de Lucille como un enemigo, pero este impuesto huésped comparte con ella un modo de entender la vida y la música que alimentará un amor inoportuno y peligroso en tiempo de guerra.

Aunque el elemento más melodramático de su guión se centra en el conflicto entre estos dos personajes enfrentados por causas ajenas a ellos, hay un protagonista igual de importante: el pueblo de Bussy. El retrato de esta pequeña comunidad acostumbrada a los inofensivos cotilleos, se convierte ante esta crisis en un peligroso campo de batalla donde las armas son los chismorreos y la brecha abierta por las desigualdades sociales.

Saul Dibb (La duquesa, Bullet Boy) se hace cargo de la dirección y co-guioniza la historia centrada más en el segundo libro, «Dulce», que en «Tormenta de Junio», mostrando la guerra como mal colectivo y disculpando al individuo que expía sus males a través del sufrimiento de un amor imposible. Sabemos que Bruno, el teniente nazi impuesto a Lucille, ha matado a gente en batalla. Sin embargo, su culpa es la de un peón en un tablero de ajedrez, tan solo obedece órdenes. Del mismo modo, los franceses sometidos al invasor no son siempre inocentes, y el orden social juega a favor de unos en detrimento de los más pobres.

Con un reparto brillante, Suite francesa presenta unos personajes estereotipados y bidimensionales que, no obstante, se desarrollan ante las circunstancias de un modo inesperado tanto para el espectador como para el personaje mismo. Michelle Williams (Brokeback Mountain, Mi semana con Marilyn) mantiene la hora y media una tensión que la obliga a actuar por impulsos en lugar de por lógica. Tanto ella como el actor alemán Matthias Schoenaerts (De óxido y hueso, La entrega) quedan desdibujados como protagonistas del melodrama a favor de los secundarios entre los que cabe destacar a Kristin Scott Thomas, en un personaje demonizado solo en apariencia, y a la reciente ganadora de un Globo de oro por la serie The Affair, Ruth Wilson, que enriquecen este guión donde la presencia femenina choca con la brutalidad de la guerra.

El barcelonés Eduard Grau (Un hombre soltero, Buried) hace un espléndido trabajo con la fotografía que alterna los planos estáticos del melodrama central con la cámara en mano en las escenas más tensas. Una perfecta combinación que acompaña la maestría del compositor Rael Jones (Los Miserables, 007: Quantum of Solace) que en gran parte de las piezas abusa de la percusión para dar un aire marcial, casi de marcha militar, a las escenas con el ejército nazi, mientras que la famosa y melancólica suite que da título a la película está compuesta por Alexandre Desplat. Acompañando los temas instrumentales, suenan de fondo canciones de la época entre las que destaca la bellísima Parlez-moi d’Amour de Lucienne Boyer.

A pesar de que la historia de amor principal se debilita según avanza la narración hasta llegar a rozar lo predecible, su combinación con las historias secundarias la armonizan, convirtiendo su total en un retrato de la fuerza y la fragilidad humana en una situación crítica. Y, aunque no cuenta nada nuevo, no deja de conmover desde sus créditos iniciales con imágenes reales de los bombardeos a París, a aquellos finales superpuestos a las páginas manuscritas de la propia Irene Nemirovsky.

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