jueves, abril 25, 2024

Crítica de ‘La conspiración del silencio’: Historia de un país que no pudo seguir mirando a otro lado

Las críticas de Carlos Cuesta: La conspiración del silencio

Hace tiempo que David Pérez avisó en este blog del estreno este año en España del thriller La conspiración del silencio. No tuve la oportunidad de verla en su paso por la cartelera nacional, pero afortunadamente he podido retomar este título en Francia. Se trata de una película que recomiendo por sus interesantes propuestas en torno a la complicidad alemana con su pasado nazi, durante los años 50 y 60, y el intento de hacer justicia a través del proceso de Auschwitz; también, porque la forma inteligente en que plantea sus argumentos le podría ser útil a los españoles para avanzar en la comprensión de esa cosa ambigua que se ha venido llamado la memoria histórica en torno al franquismo, o al menos para repensarla.
Gulio Ricciarelli dirige en su primer largometraje como director una trama acerca del primer proceso judicial ocurrido en Alemania para juzgar los actos del nazismo. Alexander Fehling interpreta el papel de un joven abogado que abraza con entusiasmo una causa comenzada casi por azar. A través de sus vivencias y descubrimientos del personaje, la película nos acerca a la compleja relación de un país con un pasado oscuro, de sus intentos por cerrar heridas, por limpiarse la vergüenza, pero también la astucia de los verdugos por cambiar de chaqueta para seguir adelante como si nada hubiera sucedido. La sorprendente y a la vez comprensible ignorancia de una nación sobre las atrocidades más recientes de su Gobierno y su ejército nos hacen participes como espectadores de la complejidad de juzgar la Historia y la moralidad de sus artífices. Reaccionar ante el presente es mucho más difícil que interpretar los acontecimientos ayudados por la perspectiva que nos da el tiempo, y esto queda sobrada y elegantemente mostrado gracias al guión de La conspiración del silencio.

La película no se deja arrebatar por el sentimentalismo y mantiene una sobriedad encomiable en una producción que por su temática se presta al dolor, al morbo y al lagrimeo. Quizá su intento implícito de reconciliar a las víctimas, a los cómplices y las nuevas generaciones alemanas pueda llegar a ser demasiado ingenuo y evidente, pero lo cierto es que la estructura del film dosifica de tal manera los argumentos que no podemos decir que ninguna secuencia sea demasiado débil. Al contrario, se trata de un film que crece conforme avanza, que gana cuerpo y complejidad, hasta un final que no por predecible es menos acertado. Quizá sea, de hecho, el único posible.
La conspiración del silencio tampoco se deja atrapar por la paradoja de un alemán alto, guapo, rubio, atlético, en la persecución de las maldades arias perpetradas en el campo de concentración polaco de Auschwitz. El personaje es capaz de afrontar con verosimilitud las contradicciones de su genealogía y de sus allegados, su propia falta de experiencia, su distanciamiento generacional respecto del horror nazi. Su ignorancia en su rol descubridor facilita nuestra propia identificación con su papel y sus vivencias y nos permite ser partífices de sus aterradoras revelaciones e indignarnos con los continuos obstáculos a su labor.
Técnicamente, la imagen de este película es impecable y las excelentes actuaciones de los actores secundarios abrigan un conjunto notable al que apenas puede reprochársele cierta linealidad de la trama y la inclusión un tanto forzada de la historia de amor entre el personaje protagonista y el de Friederike Becht, quien interpretó a una joven Hannah Arendt en el film homónimo y también estuvo presente en The reader. Los dos títulos y el presente son muy interesantes para comprender el nazismo y la dificultad de juzgar moral y judicialmente a sus cómplices. Es cierto que es una producción sobria, mucho más inclinada a la reflexión que a la acción, que se mantiene fuerte por la intensidad de los diálogos y por la ambigüedad y la precaución de personajes cuya actitud puede llegar a sorprendernos. Elisabeth Bartel, Giulio Ricciarelli y Amelie
Syberberg
han dado forma a un guión donde la psicología de los personajes y sus justificaciones están muy trabajadas, son pertinentes y rigurosamente humanas.

La conspiración del silencio es meritoria también en la forma en que gestiona la paranoia del protagonista y su mensaje acerca de la necesaria templanza a la hora de convertirnos en jueces de los actos ajenos, por más que se insista en que el mal no debe quedar impune. También es loable la manera en que detalla cómo una grotesca concepción del nacionalismo se resistía a morir agazapada en las Administración alemana y el pasmoso desinterés del país, por aquel entonces, por enmendar cuentas con su pasado. En ese setido, el olvido suele ser un proceso menos exigente que la redención, y la facilidad con la que señalamos a otros países con el dedo nos expone a la vergüenza de nuestros propios juicios pendientes.

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