viernes, abril 19, 2024

Crítica de ‘La Canción del mar’: Cuando el cine cobra sentido como arte

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
La Canción del Mar

En 2009, el joven irlandés Tomm Moore sorprendió al mundo de la animación con una preciosa película de apenas 75 minutos, titulada El Secreto del Libro de Kells, que se adentraba en la Edad Media irlandesa para contar la historia de un niño monje miniaturista que ilustraba el célebre Libro de Kells y lo protegía de las invasiones de los bárbaros. Aquella pequeña película, adornada con una maravillosa banda sonora de Bruno Coulais, consiguió la difícil papeleta de meterse entre las cinco películas nominadas al Óscar al mejor film de animación. Ese éxito le permitió una distribución internacional de la película y continuar con su estudio de animación, Cartoon Saloon ubicado en la localidad irlandesa de Kilkenny.

Cinco años después, Moore ha vuelto a dar en el centro de la diana (nominación al Óscar incluida) con otra película que se adentra en la mitología irlandesa, explorando el mito céltico de las Selkies, criaturas marinas similares a las focas, que tenían la facultad de convertirse en seres humanos de gran belleza al llegar a la costa. Estas misteriosas criaturas y otros seres fantásticos con la facultad de convertirse en piedra, sirven a Moore para contar la historia de Ben y Saoirse, dos niños que viven con su atormentado padre junto a un faro en una isla. Ben, el niño mayor ha escuchado por boca de su madre innumerables cuentos e historias de la tradición irlandesa y de ella recibió, poco antes de su desaparición, un instrumento de concha con el que podía tocar la canción del mar.

Cuando ambos hermanos son llevados a Dublín a vivir con su antipática abuela, vivirán una aventura iniciática a través de la cual Ben rememorará las historias que escuchó contar en su primera infancia, al tiempo que estrecha lazos con su hermana Saoirse a quien siempre trató con desdén. Saoirse será el personaje clave para desentrañar el misterio de la desaparición de su madre y la maldición del gigante Mac Lir y su madre Macha, la bruja de los búhos, que le convirtió en piedra. Criaturas fantásticas se mezclan con seres humanos en este film que constituye un auténtico festín estético. Cada plano de la película es una obra pictórica que podría colgar en las paredes de un museo, y la partitura, compuesta también en esta ocasión por Bruno Coulais, sobrecoge con su melancólica y abrumadora belleza. Completan la banda sonora, las canciones compuestas por la banda irlandesa de folk Kila.

Pero la gran virtud de La Canción del Mar estriba en que a pesar de hacer una apuesta tan marcada y decidida por la estética, no se abandona a ella y mantiene un perfecto pulso narrativo que se apodera de la atención del espectador sin altibajos.

En la versión original, las voces de los personajes son dobladas por importantes intérpretes irlandeses entre los que destacan los actores David Rawle, Brendan Gleeson, Fionnula Flangan y la cantante Lisa Hannigan, que además de doblar a la madre de los niños, canta algunas de las canciones de la banda sonora.

Con La Canción del Mar, Tomm Moore deja claro que El Secreto del Libro de Kells no fue una casualidad y que su estudio Cartoon Saloon es ahora mismo una referencia del cine de animación mundial con una marcada personalidad y un estilo propio y distintivo. El sello de sus dos films hasta el momento presagian un futuro muy esperanzador y aunque por las características de sus proyectos no cabe esperar que vaya a ser muy prolífico, esperamos con auténtico anhelo su próximo largometraje.

Las comparaciones con el célebre estudio japonés Ghibli son inevitables, no tanto por su parecido estético (no hay tal) como por su artesanal forma de concebir la animación, su interés por abordar episodios históricos o mitológicos con un halo de fantasía y misterio, y finalmente por conseguir producciones que lleguen al corazón de los niños al tiempo que conectan con el espectador adulto en una doble vertiente estética y argumental.

La Canción del Mar, es una auténtica obra de arte hecha cine, sus 93 minutos son un bálsamo para el alma y un placer para los sentidos que la convierte en recomendable para todo tipo de público incluidos los escépticos de la animación.

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