viernes, marzo 29, 2024

Crítica de ‘Selma’: El cine recupera el símbolo del puente Pettus para afirmar que aún no se ha cruzado del todo

Las críticas de Carlos Cuesta: Selma
Este mes se cumplían 50 años de la multitudinaria marcha que partió desde la ciudad de Selma en el Estado de Alabama para reivindicar que el derecho de voto de la población negra fuera respetado. Una notable producción dirigida por Ava Duvernay viene oportunamente a conmemorar esta fecha en la que Martin Luther King (David Oyelowo) tiene un protagonismo destacado. Selma es una película emotiva y cuidada, que rescata varios mitos y subraya a un hombre, al reverendo, con sus fortalezas y debilidades, apoyado sobre todo por su mujer y su círculo de confianza, pero sostenido principalmente por la fuerza de Dios. La mirada sobrenatural y discreta de una divinidad que rubrica los actos de su elegido marca poderosamente pero sin estrépito la composición de las imágenes.
Selma es una historia de carisma y sentimiento, de glorificación de los movimientos por los derechos civiles. Los discursos del reverendo se insertan en la trama con acierto y transmiten a las escenas que le siguen una energía especial. La historia enarbola con el eje de este personaje una causa cuya justicia es evidente para cualquiera con un mínimo de tolerancia y aún así su éxito resultó y resulta especialmente complejo. En eso la película también esgrime éxitos, al abordar con intensidad y buena retórica los conflictos de intereses dentro de la comunidad negra, las tensas negociaciones con el presidente Lyndon B. Johson (Tom Wilkinson) y la mentalidad pragmática y temerosa de políticos y autoridades racistas.

Lo más destacado del film en cuanto a las interpretaciones son los serios papeles de Oyelowo y Wilkinson, a la altura de las personalidades que representan, sin querar hacer de menos al papel de Gobernador Wallace en manos de un solvente Tim Roth. La política estadounidense no es un asunto sencillo ni para la causa más legítima y la victoria del electorado negro necesitó de sacrificio, víctimas humanas y buenas dosis de diplomacia, pasillos y despachos, también entre las personalidades claves de la población negra. En ese sentido la breve aparición de Malcom X (Nigel Thatch) resulta un tanto decepcionante, no por su escasa duración, totalmente justificada, sino por su reducida prestancia que arroja la sensación de un personaje presente pero no construido, apenas una marioneta. Puede ser un tanto arriesgado asumir que la marca cristiana que impregna el film haya minusvalorado la interreligiosidad de un evento marcado precisamente por el apoyo decidido de múltiples confesiones de distinto orden. 
Acción civil y religión se fundieron en un movimiento que se rememora 50 años después con razonable sentimiento reivindicativo para llamar la atención sobre los problemas actuales de la población negra y sobre la reciente muerte de un joven de negro en las calles de Estados Unidos asfixiado en un forcejeo con un policía. La gala de los premios Oscar, en la que Selma recibió la estatuilla a la mejor canción original por Glory, de John Legend y Common, se convirtió en un púlpito de excepción a la altura del acto escenificado hace escasos días por Barak Obama en el puente Pettus por el que cruzó la célebre marcha.
En efecto, no debemos subestimar el interés de recordarle a un sector del electorado, a un año de los comicios, la trascendencia de esa gesta ciudadana, en tanto que el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos no podrá ser de nuevo reelegido. Pero me interesa más enfatizar la importancia del puente y su valor simbólico en la película, lugar donde la barbaridad racista se manifestó con dureza en la realidad y con vibrante dramatismo artístico y sentimental en la película, con planos a cámara lenta verdaderamente fascinantes. El puente Pettus ejerce aquí de metáfora perfecta de la lucha por los derechos de la población negra. Si ese puente debe ser cruzado de nuevo, aunque sea en la ficción, es porque la marcha de Selma aún no ha llegado al otro extremo en la realidad. Realidad y representación se entremezclan en Selma gracias a la utilización de imágenes de archivo que a mi juicio se usan con atino al final de la producción y torpemente en su ecuador para remarcar la violenta represión policial. Estas imágenes se revelan innecesarias, desarticulan el valor dramático de la ficción con la que cohabitan; artificialmente superpuestas a los televisores, practican en la población de otras razas una suerte de sobreactuado despertar a la realidad. La verosimilitud de una escena fabulosa queda en parte desmontada.
Selma es muy interesante por su valor dramático, por su reconocimiento conmemorativo, por su divulgación emotiva de una época y de una causa sólo ganada en parte. La película sin duda merece además un análisis a fondo del tratamiento del papel de la religión en los movimientos sociales y de su posible intencionalidad política. En lo estrictamente cinematográfico se presenta amena, instructiva y emocionante.

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