viernes, marzo 29, 2024

Crítica de ‘Gente de bien’: La dignidad como último refugio

Las críticas de Carlos Cuesta: Gente de bien
El primer largometraje del director colombiano Franco Lolli ha ido dejando buenas impresiones en los festivales donde ha concurrido, entre ellos Cannes, con diversas nominaciones, o San Sebastián, donde obtuvo una mención especial. Gente de bien nos habla de un niño colombiano cuya tutela pasa por motivos imprecisos de la madre al padre, un hombre pobre que sobrevive a base de pequeños trabajos y chapuzas domésticas. Una mujer de familia rica le emplea en diversas ocupaciones y se ocupa benevolentemente de ayudarlo en lo que puede. Al llegar las vacaciones navideñas ella le ofrece pasar las fiestas junto a los suyos en su finca familiar, arreglando muebles; el niño podrá así disfrutar de esos días cohabitando en un espejismo en el que puede sentirse un chiquillo como los otros. La convivencia en la residencia servirá para revelar la enorme brecha que existe entre las clases sociales del país.
Gente de bien demuestra de nuevo que la sencillez en la realización y la estrechez del presupuesto no está reñida con la efectividad del mensaje. La película es concisa, bien instrumentada y muy hábil en su manera de impactar la sensibilidad del espectador a base de naturalidad, verosimilitud, crítica ponderada y humanidad. La contraposición de los hogares humildes con la opulencia de las clases pudientes está bien instalada en el estructura del film y es capaz de llevar a una historia concreta el esquema general, y generalmente fallido, de la beneficencia que no resuelve en la raíz los problemas de las desigualdades.

La verdad de esta producción rebosa en su ambientación sobria y creíble, en una recreación de lo mundano y corriente y en una traducción precisa de los ritmos de la vida al metraje de una película. Situado el escenario perfecto para desplegar la trama, donde lo rico y lo pobre sólo se reúnen al modo en que lo hacen el agua y el aceite, las actuaciones que dan vida a los argumentos son estupendas. El pequeño Brayan Santamarià es un manantial de frescura que refleja con dolorosa eficacia los traumas que provocan la carencia, la diferencia, la discriminación basada no en lo que se es, sino en lo que se posee; Carlos Fernández Pérez es la viva imagen de la dignidad tranquila, de la humildad forzosa y también de la incomodidad angustiosa del hombre al que la caridad, más que ayudarle, le arrebata sus últimos gramos de dignidad.
Es también destacable al mismo nivel la interpretación de Alejandra Borrero, la mujer de buena familia que se encarga de aportar pequeñas ayudas a la familia pobre para que siga adelante. Sus intenciones chocan con la realidad funesta del pan para hoy y hambre para mañana; también con la incomprensión de su familia y amistades, que desaprueba, con silencio en algunos casos y con infantil falta de generosidad en otros, este sincero «experimento».
La buena voluntad topándose contra la frustración de la pobreza es uno de los ejes de una película que también trata con astucia y picardía narrativa el hecho de que esas frustraciones surgen de necesidades creadas por una sociedad de consumo que suministra placeres que flotan en un vacío, que no llenan a la persona. La posesión y el consumo terminan por asociarse con la felicidad por mera comparación con la miseria. Disfrutar de ropa de marca y videojuegos no es sólo deseable en tanto que me ayuda a ser feliz, aparentemente, sino porque me permite ser como los demás que también tienen videojuegos y ropa de marca. En ese sentido, la infancia se nos presenta en Gente de bien como el tiempo en que todavía es posible hacer algo por transmitir a las personas cierta clase de valores, pero también la etapa en la que se instauran en el inconsciente las etiquetas que primitivamente dividen a la gente entre aquellos que pertenecen a la tribu de los que poseen y a la de aquellos que no.
El desarrollo de los acontecimientos permite además que el guión anteponga lo vivo a lo inerte; los seres vivos a la posesión material, principalmente a través de la figura de la mascota del muchacho. Puede que haya en Gente de bien una asimilación de este entrañable personaje a la vida en la pobreza, a la vida perra. El estrecho vínculo entre el niño y el animal se va debilitando cuando el muchacho parece lograr integrarse en la vida de los chicos pudientes de su edad. Digo parece porque aunque lo natural sería que los chicos pasaran por alto las divisiones creadas en un mundo de adultos, ellos ya han interiorizado el papel que cada uno tiene en una sociedad donde todos no son iguales; donde hay unos «mejores» que otros. El perro y su perra vida es la a vez personaje adorable, recordatorio de esa realidad y de otra igual de trascendente: la lealtad y la dignidad como últimos reductos del hombre asediado por la vida.
Nota: Película estrenada en Francia para la que aún no hay fecha de estreno en España, pero que ojalá la tenga.

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