jueves, marzo 28, 2024

Crónica negra de Hollywood: Antes de apretar el gatillo asegúrate de quién está delante, La muerte de Thomas H. Ince

Hay combinaciones que pueden ser fatales. De ellas, la más peligrosa es posiblemente aquella que mezcla celos, alcohol y espacios pequeños. De allí de donde no se puede huír, uno debería permanecer alejado.

William Randolph Hearst ha pasado a la historia de Hollywood como el modelo para el cruel e amoral Charles Foster Kane en la obra maestra de Orson Welles Ciudadano Kane. El magnate Hearst, como el personaje que inspiró, hizo una fortuna gracias a la prensa amarilla, y a partir de ahí creó todo un imperio. No fue un niño pobre que se hizo a sí mismo, los Hearst eran dinero viejo, pero no cabe duda que Wiliam supo manejar ese dinero, era un demócrata convencido que llegó a contestarle mal al mismísimo Adolph Hitler en una entrevista privada.

Marion Davies en el Oneida

Pero Hearst cargaba con algo más poderoso que su fortuna; una conciencia católica herencia de sus raíces irlandesas. Por eso, cuando conoció a la jovencísima actriz Marion Davies, cualquier deseo de convertirla en una mujer decente resultaba impensable. Hearst se había casado años antes con una corista, Millicent Veronica Wilson, y a ella permanecería unido legalmente hasta su muerte.

Sin embargo, la rancia mentalidad americana de la época no se escandalizó cuando Marion se fue a vivir a la mansión de Hearst como amante declarada, mientras que la catolicísima esposa llevaba una vida independiente en Nueva York.

William R. Hearst

Hearst quería que Marion triunfase, e invirtió mucho dinero en su carrera, pero ya se sabe como es un rodaje. Una bofetada aquí, una risa allá, un inocente besito y al final falda y pantalones terminan en el suelo de un camerino. Y así nació una habladuría, una que involucraba a la rubia y alocada Davies con nada más y nada menos que el rey de la comedia, Charles Chaplin


Hearst no era tonto, y sabía que a una mosca se la caza mejor envenenando azúcar que con aspavientos nerviosos, así que el 15 de noviembre de 1924 organizó un delicioso fin de semana en su yate Oneida con un selecto grupo de amigos entre los que se encontraba por supuesto Marion Davies y Charles Chaplin, pero también la periodista de cotilleos Louella Parsons y la ácida escritora Elinor Glyn.

Es de imaginar que Hearst quería comprobar qué había de cierto en el cotilleo sobre su amante y el actor inglés, pero la razón principal de esa reunión era homenajear por su cumpleaños al productor, guionista y director Thomas H. Ince, con el que Hearst contaba para fundar su propia productora cinematográfica. 
Thomas H. Ince es uno de esos nombres que la historia ha devorado, pero al que debemos los primeros westerns, cuando el cine aun era mudo. Iba a cumplir cuarenta y cinco años cuando un «ataque al corazón» se lo llevó al mundo de los muertos junto a todo lo que había construido.

Como muchos de los pioneros de la industria del cine, Ince comenzó su carrera como actor de teatro. Había nacido en Rhode Island, era guapo y divertido, todo lo que uno necesitaba para triunfar en el vaudeville. Podemos imaginarnos el resto: Un productor interesado en esa cara, un par de películas de éxito haciendo de galán y un día, sin más, el inquieto actor decide ponerse tras la cámara. En el año 24, Ince dirigía su propio estudio, que a su muerte compró Cecil B. DeMille.

Thomas H. Ince
Pero regresemos al lujoso yate. Comida, bebida y bailes recibieron a los invitados ese sábado por la mañana. Ince se incorporaría a la fiesta la mañana del domingo, debido a una serie de obligaciones que le ataban a Los Ángeles. Y aquí comienza la desgraciada caída de Ince a los infiernos. Una copiosa comida siguió a una indigestión del productor homenajeado que tuvo que ser llevado a tierra, donde se le metió en un tren rumbo a casa. Una llamada a su mujer anunciaba que estaba muy enfermo. Tres días después había muerto de un ataque a corazón. Una lástima, pero c’est la vie…
No obstante, toda esa historia se desmonta cuando el 19 de Noviembre, día del fallecimiento, los periódicos abren con un titular que reza «Productor muere disparado en yate». Dos horas más tarde todos esos periódicos son retirados y los únicos que se encuentran en los kioscos son los pertenecientes a Hearst, que ni siquiera anuncian la muerte de Ince. A eso hay que sumar la falta de testigos en la estación, el hecho de que Louella Parsons negase haber estado en California ese fin de semana (a pesar de haberse hecho ver por los platós de cine) o cómo su carrera periodística subió como la espuma a partir de ese momento. En seguida aparecieron las teorías.
Tal vez lo que ocurrió fue que el bueno de Charlie Chaplin, en algún momento, quiso a hablar con Marion a solas. Hearst fue avisado y, loco de celos, cogió una pistola y disparó contra el hombre que hablaba con su amante, pero no era Chaplin, que había salido del camarote minutos antes, sino Ince que quería hablar con la actriz sobre un papel.

En ottra versión no muy diferente, Chaplin sí era el destinatario de esa bala, pero al esquivarla la recibió el desafortunado productor. Y también surgió una historia donde un malvado Ince intentaba violar a la secretaria de Marion, que se defendió disparando a su atacante.
Y así terminó el pobre Thomas H. Ince, muerto en extrañas circunstancia. Pronto ni siquiera importó cómo había sucedido, no mientras el poder de Hearst manejaba la prensa del país. Sin embargo, algunos aseguraban que cuando alguien mencionaba el nombre de Ince, William Hearst empalidecía. Tal vez, como al rey Macbeth, se le aparecía el fantasma de su víctima, aunque sólo fuera en su conciencia.

Este episodio de la historia negra de Hollywood fue llevado al cine en una película para televisión, dirigida por Peter Bogdanovich (Qué ruina de función, La última película) con Kirsten Dunst (Entrevista con el vampiro, Spiderman) como Marion Davies, Eddie Izzard (Valkiria, Blancanieves y la leyenda del cazador) como Charles Chaplin y Edward Herrman (Crueldad intolerable, Jóvenes ocultos) como William R. Hearst. Una de esas pequeñas joyitas para la pequeña pantalla.

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