viernes, marzo 29, 2024

57 Seminci. Sección oficial: ‘Hannah Arendt’: Un ensayo sobre la maldad; una apasionante concepción del pensamiento

Las críticas de Carlos Cuesta en la 57 Seminci: Hannah Arendt

La vehemencia de Hannah Arendt, sus palabras cargadas de razón me hacían temblar, fascinado, ante la pantalla del cine. Barbara Sukowa interpreta con poderosa emoción a la escritora y filósofa judía, de origen alemán, responsable de la teoría del totalitarismo. Su influencia como escritora y pensadora le permitió ser la corresponsal de The New Yorker en Jerusalén para cubrir el proceso contra el nazi Adolf Eichmann. En ese juicio se percató de que la revancha importaba más que la justicia y la interpretación moral que hizo del acusado fue absolutamente incomprendida, y le valió el reproche y el insulto del pueblo judío y de muchos de sus amigos y colegas.
El valor de esta película no está tanto la forma en que nos cuenta un relato de una forma más o menos hilada y atractiva. El valor de Hannah Arendt se encuentra principalmente en que nos traslada fielmente la dimensión real de la valentía del personaje histórico, la profundidad de su pensamiento y la encendida pasión del discernimiento de una persona que se atreve a comprender la historia, la injusticia y el mal. Y eso no es lo mismo que justificarlos. Su conclusión del proceso en Jerusalén es tan arriesgado que hiela la sangre, pero sacude las conciencias de la persona dispuesta a escuchar: el mal más radical no embebe majestuosidad ni grandeza; el mayor mal proviene de personas mediocres, muy alejadas de la enormidad de sus actos, que ni siquiera eran capaces de pensar en lo que hacían.

Arendt estaba fascinada por participar en ese momento de la historia aunque su esposo (interpretado por Axel Milberg) le alertara de que recordar los tiempos de la ocupación nazi y su exilio podrían volverla a sumir en la profunda tristeza de los años de guerra y postguerra. Ella cree que va a encontrarse con un monstruo satánico y al comenzar el proceso sus razonamientos comienzan una deriva totalmente diferente a la del resto de los periodistas, comentaristas y letrados, empeñados en juzgar la historia, un concepto, en vez de analizar los actos del hombre. Se encuentra a un ser que para Hannah no es más que un mediocre muñeco de trapo, un burócrata simple y vulgar que, simplemente, se limitó a cumplir la ley, una ley injusta, homicida, pero una ley. Eichmann decía no haber matado ni aniquilado al pueblo judío, se desentendía de todo lo que él mismo no había hecho personalmente. No pensó. El razonamiento de Arendt llega a la siguiente conclusión: un pensamiento sin acción no es pensamiento; el pensamiento no es válido porque lleve a la inteligencia, sino porque lleva a la acción, y no sólo los nazis no pensaron, sino muchos otros, y de ahí concluye que hay más responsables que los nazis por todo lo que ocurrió. 
El hecho de señalar a algunos líderes judíos como parte responsable de lo que ocurrió en los campos de concentración y exterminio le valió el odio de su pueblo y el desprecio social de personas imbuidas de una supuesta superioridad moral, por aquellos que no entendían porque no querían entender, porque airarse e hincharse de autocomplacencia victimista era mucho más fácil que pensar. Ella nunca dijo que Eichmann fuera inocente, y de hecho se alegró de la condena a la horca. Simplemente no estaba dispuesta a contentarse con un linchamiento público que no arrojara ninguna conclusión útil sobre el mal que los nazis habían provocado con sus actos.
Las escenas del juicio, los recesos, las explicaciones de Arendt a los alumnos, y por supuesto, la explicación final en la que ella se ve obligada a justificar sus artículos, están interpretados de una manera sublime, realista, viva, emocionante, capaces de atraparte, empotrarte de emoción contra la butaca. La profundidad y certeza de las palabras que esgrime, la capacidad de abstraerse de su dolor y su dignidad como parte de un colectivo ofendido le permite aproximarse a la verdad, y la película se muestra capaz de explicarnos esos argumentos, la vivencia de esos días, de una forma tan vívida que podemos sentirnos partícipes de ese momento de la historia.
Estas escenas, esta conclusión, estos pensamientos, justifican de por sí una película fantástica que quizá pierda demasiado tiempo en insistir sobre la vida amorosa de Hannah Arendt y su concepción liberal de las relaciones de pareja. Las escenas de cenas, de encuentros sociales y de animadas charlas políticas con la élite intelectual que frecuenta nos dan una idea aproximada de lo que era ser ella y de los entornos en los que se movía. Esas escenas son importantes para la construcción del personaje, para comprender lo que vendrá después, pero los diálogos parecen en la obligación de ser siempre rabiosamente originales, y por eso a veces son abruptos, sin réplica, pues se sienten en la obligación de ser chisposa sentencia.  Cuando Arendt se relaciona con los responsables de The New Yorker, esos diálogos son más normales, aunque inteligentes también, menos pretenciosos y sin embargo más divertidos.
Pero lo importante es que la película es una construcción progresiva de su conclusión. Comienza con una estampa de impresionantes colores vivos, de una calidad de imagen que nos hace pensar que el cine convencional de las salas nos está estafando. Sus sensibles y románticas charlas con su marido están repletos de una luz de ingenuidad pastelona. Conforme la acción avanza esa viveza del color se va apagando, según la protagonista se adentra en el tortuoso camino de encontrar la verdad. Según sus amistades le abandonan, el color de la imagen se pierde. No entienden que la adhesión incondicional, total y sin remedio a unas ideas es lo que llevó a Europa a vivir su capítulo más oscuro. Ella lo zanja con una frase preciosa: «¿No entiendes que no puedo querer a un pueblo? Yo sólo quiero a mis amigos».

1 COMENTARIO

  1. Debo agradecer a la organización de Seminci las molestias que se tomaron a la hora de resolver la cuestión del extravío de mi entrada. En estos tiempos, un servicio que se encarga de resolver problemas es muy de agradecer. Muchas gracias y buen trabajo.

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