viernes, marzo 29, 2024

57 SEMINCI. Sección oficial (corto): ‘Je sens le beat qui monte en moi’ (‘El ritmo que late en mí’): Un chiste bailado, tierno y divertido

Las críticas de Carlos Cuesta en la 57 Seminci: Je sens le beat qui monte en moi (El ritmo que late en mí)

El director francés Yann Le Quellec salió al escenario del Teatro Calderón a presentar su cortometraje, y entonces supimos que nos íbamos a reír. Por sus comentarios descubrimos que es un tipo ingenioso, de buen humor fino, y lo que presentó en la pantalla le correspondió. El ritmo que late en mí enseguida se descubrió como una película de humor surrealista que se va creciendo con los minutos. Una mujer (Rosalba Torres Guerrero) se viste en su casa acompañada por una indeseada música de fondo. En contra de su voluntad es incapaz de sobreponerse al ritmo de la melodía que escucha. Lo que podría parecer un extraño gag es un síntoma de su enfermedad: Es imposible que su cuerpo no acompañe el ritmo de la música.
El tono de un móvil, el órgano de una iglesia, una exhibición de break dance… Todas estas situaciones van complicando su vida cotidiana pero nos permiten a nosotros disfrutar de unas escenas hilarantes de humor muy gráfico. Más aún cuando su trabajo como guía turístico la relacione con un joven tímido, simpático y, como no podía ser de otro modo, entusiasta de la música.

Rosalba Torres está estupenda a la hora de simular los efectos que la música inducen en su cuerpo, ya sea música clásica, hip hop, bailable, sacra… Tanto que borda la credibilidad: no vemos en la pantalla a una actriz buscando nuestra risa, presenciamos divertidos los padecimientos abruptos de ella y de su anatomía, acompañados de una cara de circunstancias que despiertan un poco de nuestra empatía y mucho de nuestra risa.
Serge Bozon interpreta al joven que la conduce a ella y al grupo de turistas por la ciudad de Poitiers. Él siempre baila porque su cuerpo se lo pide, no es una condición, es un deseo. La paradoja es obligatoria, es necesario que se encuentren, dando lugar a un tierno, ingenuo y ridículamente gracioso cortejo en el que el chico alucinará con los sobresaltos corporales de ella. Esto sólo hará que estimular su interés.
La imagen del cortometraje es muy buena por el dominio del movimiento y del tamaño de los planos, que asisten a los intentos humorísticos que una y otra vez logran su objetivo. También por el juego de colores que nos propone. Ella siempre viste de rojo, él de azul, pero sus pañuelos, por ejemplo, son del color que identifican al otro, pretendiendo una posibilidad de éxito a una relación condicionada por las extravagantes circunstancias.
Si este cortometraje tiene un pero, es que podría estar más condensado, es muy difícil mantener el artificio tanto tiempo sin caer en la repetición. Creo que es el único, porque la sintonía musical está bárbaramente escogida, los actores son simpatiquísimos y se complementan a la perfección. Las bromas, de muy buen  gusto y sentido del humor, despertaron el agrado del público en cada momento con un argumento divertido, una dirección fluida y muy plástica. No sé por qué, cuando el director Yann Le Quellec salió al escenario del Teatro Calderón, supe que nos íbamos a reír.

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