miércoles, abril 24, 2024

Luis García Berlanga deja huérfano el cine español

El director y académico Luis García Berlanga ha fallecido hoy, a las cinco de la madrugada, en su casa de Pozuelo, a los 89 años de edad.
Según un portavoz de la familia, Berlanga ha fallecido «de mayor» y «tranquilamente», y la capilla ardiente con sus restos mortales será instalará durante la próximas horas en la Academia de Cine.
Nacido en Valencia en 1921, comenzó a estudiar Derecho y Filosofía y Letras, aunque las abandonó para implicarse en la guerra civil española al lado republicano, logrando posteriormente la diplomatura en dirección cinematográfica.

Berlanga, quien se casó en 1954 con María Jesús Manrique de Aragón, madre de sus cuatro hijos: José Luis, Jorge, Carlos y Fernando,  ha sido uno de los máximos exponentes del cine español, recibiendo el Premio Nacional de Cinematografía en 1981, así como la Medalla de Oro de Bellas Artes en 1983, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1986 y siendo presidente honorífico de la Academia Española de Cine, sin olvidarnos de las ocasiones en las que logró representar a nuestro país en los Oscars.

Llevaba tres años apartado del mundo del cine, habiendo rodado su última escena en 1999, para París Tombuctú, una película en la que no eludió el tema de la muerte, la cual ha podido esta noche con él, aunque siempre dijo que no le tenía miedo, pero le daba «rabia» la idea de llegar a ella.

Desde el año 2000 estaba retirado, y la última vez que le pudimos ver en público fue en julio de este año, en la inauguración de la Sala Berlanga (Madrid), donde acudió en silla de ruedas, y, por desgracia, no reconoció a muchos de los asistentes, aunque eso no implicaba que no sintiera, dibujándose lágrimas en las mejillas con su dedo.

Aunque no le recordaremos por su última aparición pública, sino por los méritos propios con los que ha entrado en la historia del arte universal, siendo uno de los mitos del cine español, y creador de tres grandes obras maestras: ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1952), Plácido (1961) y El verdugo (1963).
Aunque es muy difícil destacar una película suya de su extensa filmografía, pues todos hemos disfrutado de obras suyas en sus diferentes facetas,  siendo entrañable en títulos como la citada ¡Bienvenido, Mr. Marshall!  o Calabuch, divertido en las magistrales  El verdugo y Plácido, sórdido en Tamaño natural e inconfundible en La escopeta nacional y La vaquilla, sin olvidarnos de  Moros y cristianos, Todos a la cárcel y París-Tumbuctú, entre otras.
En sus películas hablaba de «la soledad como refugio para la creatividad, esa que te hace sentir algo más que un ciudadano del mundo», así como del «egoísmo, porque es la mejor fórmula para ejercer la solidaridad», sin olvidarse de «la cobardía por no poder ejercer ni de solitario ni de egoísta».
Con él nos deja la visión de España, una cultura y una forma de entender el género humano, muchas veces gracias a la unión con otro genio, su amigo y guionista Rafael Azcona. Pero de él nos quedarán sus inmortales obras, sus grandes gestos, y sus crónicas de un país hundido en plena guerra, pero todo realizado siempre desde la poesía visual de un maestro.

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