viernes, marzo 29, 2024

‘My Blueberry Nights’: Wong Kar-Wai no ha cambiado en USA

Las críticas de Davicine: My Blueberry Nights

Con motivo del ciclo que la Filmoteca de la Caja España está realizando esta semana, dedicado al director Wong Kar-wai, aprovechamos para ofreceros nuestra particular crítica de la primera película del director en Estados Unidos (y decimos primera pues tiene un contrato para realizar tres allí). A modo de recordatorio, para los que residan en Castilla y León, todavía tienen tiempo de asistir hoy y mañana a los dos últimos pases del ciclo, correspondientes a las películas Deseando Amar y 2046, consideradas por el propio director como una única película, y que hacen que las noches de Valladolid sean un poco más amenas y variadas dentro del panorama cinematográfico actual, donde el cine oriental está ciertamente abandonado.

Para más información sobre los pases, visitad la Filmoteca.

De Wong Kar-Wai podemos decir que tiene muchos seguidores y muchos detractores, algo que choca pero que es habitual dentro de los considerados cineastas de culto. En su país es un director poco valorado, sobre todo teniendo en cuenta que su visión del cine no concuerda con lo que espera el público chino, en búsqueda de películas de acción y efectos especiales, con guiones vivos y dinámicos… es decir, todo lo opuesto a Wong Kar-Wai. El director, al estar encuadrado dentro del estilo «nouvelle vague», ha conseguido acercarse al cine Francés, y como consecuencia a su crítica, ganándose el respeto de los entendidos del cine Europeo, encabezados por los críticos de la mítica revista de cine Cahiers du Cinema, que le han encumbrado a lo más alto del cine de autor. De ahí radica que el director se haya ganado una gran reputación fuera de su país, donde sigue siendo ciertamente incomprendido, aunque sigue arraigado y donde aún tiene previsto rodar otra película basada en la historia de Bruce Lee, lo que puede lograr que allí le vuelvan a abrir los brazos que le cerraron desde su segunda película, Days of Being Wild, que supuso la pérdida de millones del productor.

Con Deseando amar y 2046 abrió un nuevo hilo argumental a sus historias, enlazadas por sus personajes, donde vemos como madura y envejece el personaje femenino Su Lizhen, y donde conocemos al protagonista masculino, Tony Leung, alter ego del director. Tras ellas, películas comprometidas donde lleva su estilo y narrativa a sus últimas consecuencias, logra realizar su primera incursión en Estados Unidos, y así llegamos a la película de la que queremos tratar aquí.

My Blueberry Nights nos presentan a una joven que, tras una dolorosa ruptura, inicia un viaje espiritual a través de los EE.UU. en busca del amor verdadero. Entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que le intentarán ayudar en su búsqueda…

La película nos impregna del estilo del director desde el primer momento, ofreciéndonos su peculiar estilo de encuadre, con constantes reencuadres dentro de cada plano, ubicando a los personajes siempre dentro de un nuevo encuadre, bien a través de su reflejo en espejos, a través de un cristal o simplemente por medio de objetos desenfocados frente a la cámara, que nos adentran en la particular fantasía del director. Vivimos la película desde cierto punto de vista de un voyeaur, observando a hurtadillas a los protagonistas más que viéndoles en una escena.
La música, como siempre, sorprende por la selección de temas, que nos sumergen en la huída de si misma de la película, como ya hiciera el director en anteriores trabajos por medio de temas que le evocan al recuerdo de su madre, más que a la situación del propio personaje que vive la situación. The story de Norah Jones y The greatest de Cat Power son solo dos pruebas del buen acompañamiento musical de la película, pero sirven para conocer el tono que quiere transmitir el director.
La narratividad, algo habitual en el director, se reduce al mínimo, con algo más de diálogos a los que nos tiene acostumbrados, pero permitiéndonos apreciar el drama de cada uno de los protagonistas, que se ven entremezclados por las circunstancias precarias y sentimentales en las que vive la protagonista. Pero donde la película recibe más puntos a favor y gana en contenido es en los pequeños detalles, las pequeñas historias que acompañan a los protagonistas, como las bellas historias que acompañan a todas esas llaves dejadas en un tarro pues, si se tiran, la puerta que abren quedará cerrada para siempre…
Los actores destacan, pero no solo Norah Jones como protagonista, sino hasta el último de los secundarios aportan su grano de arena a este increíble poema en imágenes. Jude Law defiende un personaje complejo, sin intensidad dramática ni cómica, pero que nos mantiene intrigados sobre su comportamiento y la serenidad que transmite en todo momento. A Natalie Portman le pedimos más, es un personaje que estaba hecho para cualquier actriz vulgar, algo que ella no es, y lo defiende, pero no nos transmite la desesperación que su personaje debería mostrarnos. Y destacando a un actor debemos citar a David Strathairn, que pasando por la película como un mero secundario, anula totalmente a la impresionante Rachel Weisz, con una muestra de fuerza y carácter en perfecta sintonía con la debilidad que manifiesta por su amor perdido que, en más de un momento, nos transmite la ternura y dolor que debe oprimir su corazón.

La película no te pide que pienses, no pide motivos para lo que sucede, como el mismo Jude Law dice en la película, la tarta de arándonos siempre queda intacta al final de la noche en su bar, pero no hay ningún motivo, simplemente los clientes escogen las otras tartas… no debemos pensar que tiene nada malo por quedarse entera. Así es la vida, las decisiones no se dejan de tomar por uno u otro motivo, simplemente se escogen otras. No hay que marcarse preguntas ni respuestas, no debemos amargarnos dudando de todo, simplemente ser felices con las decisiones tomadas, sin pensar en el pasado ni en los caminos que dejamos a un lado.
La película nos pide que creamos en el amor, nos ayuda a salir del cine pensando que en algún lugar, si no lo tenemos ya, está nuestro amor eterno y, al igual que a nadie le amarga un dulce, a nadie le amarga que le quiten los restos de tarta con un beso, aunque sea robado, pero siempre por alguien amado.

Al director se le puede achacar el uso de escenas largas en sus películas, así como la falta de guión y diálogo, profundizando más en el aspecto visual y prolongando hasta el infinito las escenas donde los sentimientos se transmiten a través de la música y emanan de los poros de los actores, que con tan solo su respiración nos llenan de oxígeno para profundizar en un mundo postmoderno y sobrecargado de referencias culturales… pero sin esas escenas, no reconoceríamos el cine de Wong Kar-Wai. Tal como el mismo director ha manifestado en muchas ocasiones, sus películas nacen como cortos, pero las alarga en duración a través de los recursos que mejor usa el director, la pasividad y tranquilidad para hacer aflorar los sentimientos. Una vez más el director logra una película que, a pesar de contrastar por el escenario poco habitual en sus películas, logra mantenernos emocionados durante sus 90 minutos de duración.

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