viernes, abril 19, 2024

‘El Luchador’, dura como la vida misma

Las críticas de Davicine: El luchador

Tras conocer los Oscars ya podemos comenzar a hablar de El luchador con una frase que jamás hubiera imaginado: la película con la que Mickey Rourke perdió el Oscar… y decimos perdió pues todos lo veían hecho, había ganado todo lo que se podía antes de llegar a la ceremonia de la Academia y no lo obtuvo. Es el papel de su vida, y hablamos de forma literal, pues casi se ve reflejado el actor en la vida del personaje que interpreta y eso, ante todo, hace mucho mas facil meterse en la piel del rol que interpreta, dando mayor facilidad a la hora de lograr darle vida. Ya conocíamos a un fantástico Rourke en la era de los ochenta, gracias a Coppola en La ley de la calle, pero ahora estamos ante el mejor Rourke.

Mickey Rourke había caído en el olvido de Hollywood, pero no debemos olvidar que ya había renacido como actor en varias ocasiones, recientemente en Sin City, donde dotó de un carisma increíble al personaje de Marv, pero el actor siempre había vuelto a perder el camino. En esta ocasión Aronofsky creó un personaje hecho a la medida del actor, y no dudó en enfrentarse a todas las distribuidoras y productoras hasta lograr que fuera él quien interpretara a Randy «The Ram», un luchador de wrestling que ha sido una estrella de los ochenta pero la mala vida y una mala gestión le ha hecho acabar viviendo con lo justo, mas bien malviviendo, y deseando esa segunda oportunidad que muy pocas veces te brindan. Ha perdido su nivel de vida, a su hija, al amor y ahora se tiene que contentar con luchar en pequeñas peleas con las que gana lo justo para poder seguir pagándose los esteroides y demás «alimentación» necesaria para poder competir, no quedandole dinero suficiente ni para ropa ni hogar ni necesidades básicas, por los que debe aceptar cualquier oferta de trabajo.

Como en toda buena historia aparece un alter ego, en esta ocasión en forma de stripper, interpretada por una creíble y fascinante Marisa Tomei, que después de muchos años ganando bastante y pudiendo ahorrar, llega a una edad en la que también la comienzan a apartar de su negocio y solo le queda el consuelo y el «cariño» que el luchador la profesa. Juntos se servirán de apoyo, a su manera, para sobrellevar los problemas de la vida que ambos tienen, y son un reflejo de dos vidas distintas pero que las mismas circunstancias hacen que caigan en el olvido de su profesión, ambas dedicadas al culto al cuerpo y a ser objeto de envidia y deseo de los espectadores… pero la edad hace que todo cambie.

Sólo sobra la hija del protagonista, generando situaciones demasiado típicas y ya vistas en el cine donde la relación padre-hija ya destruida se intenta solventar. No obstante es una forma de mostrar mas posibilidades interpretativas de una actor que merecía un Oscar, transmitiendo fuerza, ternura, odio y amabilidad, en un papel que muchos actores habrían deseado para sí mismos, pero destinado solo a un actor con el rostro ya desfigurado por su afición al boxeo, con el cuerpo incrementado en trece kilos de masa muscular y un pasado tan turbio como el del protagonista, capaz de interpretarse a si mismo en pantalla.

Poca importancia tienen el resto de actores implicados en la película, pues son mero relleno, y se mantiene perfectamente con la pareja Rourke/Romei, no necesitando nada mas pues ellos solos llenan la pantalla con los sentimientos y esperanzas de un futuro mejor.

El director logra transmitir con esta película una fuerza increíble que, sin ser de lo mejor de su filmografía para todos los amantes de su cine «experimental», llena la pantalla gracias a la interpretación soberbia de sus dos pilares, Rourke y Tomei, quienes logran una nominación al Oscar merecida. Cambio de estilo en el director que hará que muchos bajen las cabezas ante los problemas iniciales en su desarrollo pero que, tras la buena crítica y la buena aceptación del público, demuestra seguir estando en forma. Deja a un lado todas sus excentricidades para centrarse en la cruda realidad, pues muchas veces no hay mejor guión para una película que la vida misma, que ya depara suficientes sorpresas y es suficientemente dura como para no tener que ir mas allá.

Mucha gente pensará que estamos ante una adaptación de una historia similar a las vistas en Rocky, pero Darren Aronofsky va mas allá, plasma la crisis existencial de una persona caída en el olvido con una crudeza visual que Stallone no ha logrado y con unas imagenes que te llevan de la violencia más extrema al sexo más explícito, por lo que se merece su mención de no recomendada para menores pero que permite hacer mas real aún la historia que se desarrollada en la pantalla, que como la vida misma, no siempre es para todos los públicos.

Una película real, cercana y con los problemas de una era de crisis, hilada soberbiamente con una banda sonora de impresión, seleccionando los mejores temas de los ochenta que hacen vibrar los asientos del cine y con Bruce Springsteen que vuelve al cine para deleitarnos con un tema exclusivo para la película.

Esta claro que ha nacido una película de culto que con el tiempo mejorará, que queda grabada en la retina de los espectadores y permitirá dentro de unos años citar escenas de la misma que han quedado grabadas con la sangre y sudor de su protagonista, El luchador Rourke, pues tengamos claro que la película no sería igual sin él.

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