miércoles, abril 24, 2024

Crítica de ‘Thor: Ragnarok’: La comedia salva el final de la trilogía

Las críticas de Óscar M.: Thor: Ragnarok

La irregular trilogía cinematográfica de Thor llega a su culminación con Thor: Ragnarok. Según la mitología nórdica, «Ragnarok» es la batalla del fin del mundo o, traducido literalmente al castellano, el destino de los dioses. La leyenda dice que la destrucción del universo enfrentará a los dioses liderados por Odin contra las hordas dirigidas por Surt en el apocalipsis final. Como el fin del mundo cristiano, pero con los dioses matándose a palos en lugar de los humanos caminando hacia el cielo o el infierno.

Si la primera parte, llamada simplemente Thor, (cuyo argumento es estructuralmente el mismo de la fallida adaptación de Masters del universo) contó con un director con ínfulas y aires de Shakespeare, la segunda Thor: El mundo oscuro adentró al personaje protagonista en un desconocido y opaco universo no sólo derivado del título de la entrega, aunque los altibajos argumentales dejaron un mal sabor de boca generalizado. Esta nueva secuela y tercera de la franquicia continúa con la propuesta de sacar al personaje de su zona de confort y obligarlo a enfrentarse a un terreno desconocido que pondrá a prueba sus límites.

Para ello, Taika Waititi (director de la hilarante Lo que hacemos en las sombras) apuesta por acercar al regio héroe de Asgard al colorido y humorístico universo de posibilidades puesto en práctica con gran acierto por Guardianes de la galaxia. Se acabaron los tonos dorados en los escenarios y los argumentos pseudoprofundos, los dramas familiares o las subtramas sentimentales, aquí hemos venido a pasarlo bien y disfrutar, y el limite lo pone el personaje interpretado por Jeff Goldblum.

El gran maestro y, por extensión, su planeta a base de basura formada por chatarra es casi un familiar lejano de El coleccionista (aquel personaje al que dio vida Benicio del Toro en la saga de Guardianes de la galaxia que destacaba por su completa ausencia de valores morales -excepto por el dinero, claro-) y primo del personaje interpretado por el propio actor en Las chicas de La Tierra son fáciles. Su mundo lleno de luz y color, sus formas de gobernar y su actitud consiguen que Goldblum pueda ofrecer un personaje cómicamente limitado, pero suficientemente desatado como para dejar un buen recuerdo en el espectador.

En el lado opuesto está Cate Blanchett, quien se mete en la piel de Hela, la villana de la secuela. Como buen personaje malvado es despiadada, totalitaria y déspota, pero Blanchett consigue que sus mínimos y sutiles toques de humor (esas pequeñas muecas con las que se come la pantalla) engrandezcan su interpretación y dejen un personaje memorable y con personalidad propia, además de destrozar por el camino algunos tópicos de la saga.

El personaje de Thor (Chris Hemsworth) se ve impregnado, irremediablemente, por estos dos personajes y su actitud de macho dominante y señor del castillo se desvanecen cuando queda relegado a un mero luchador en la primera parte de la película. Su inesperado encuentro con Hulk (reventado voluntariamente por el primer tráiler promocional) es la trama secundaria de la secuela, pero no por ello es menos espectacular. Aunque su enfrentamiento similar al de un circo romano es más glorioso de ver desde el punto de vista de los demás personajes que como espectador.

Como no podía ser de otra forma (y a estas alturas de la película), en el guión hay numerosas referencias a las películas precedentes del universo cinematográfico de Marvel. Algunas muy evidentes, como conversaciones sobre aventuras pasadas o la aparición de personajes de otras películas, y otras más sutiles, como el casco original del protagonista en los cómics (hasta creo haber visto la nave de Bobba Fett, de La guerra de las galaxias).

Al margen del humor y las referencias, en Thor: Ragnarok nos encontramos con un guión clásico, que ofrece poca innovación respecto a estructuras narrativas o a evolución de personajes (incluso incluye el estándar de cambio de bando de protagonistas). La escasa novedad tampoco afecta mucho a la trama, dado que las películas de la saga Thor nunca se han caracterizado por su complejidad o por la necesidad de un esfuerzo por parte del espectador, pero la subtrama de la huida del pueblo de Asgard nos hace recordar lo peor de Las dos torres. Y, dado el título de la secuela, se echa en falta una batalla final más espectacular y acorde con el apocalipsis nombrado.

Siguiendo el estilo marcado ochentero del propio título, la banda sonora compuesta por Mark Mothersbaugh apuesta fuerte por la música electrónica a base de sintetizadores, mezclándola con la música instrumental incidental del estilo de la saga y recuperando la partitura de las entregas anteriores. Si algo se le puede reprochar es el abuso de «Immigrant song» (de Led Zeppelin), que ya lo incluyeron como tema principal del tráiler y en la película aparece dos veces (con una hubiera sido suficiente o crear una versión instrumental habría sido un buen detalle), rozando el exceso de promoción del single.

Con todo esto, Thor: Ragnarok mejora respecto a las dos películas precedentes (que no contentaron ni a crítica ni a público), la conecta con la próxima tanda de películas (a través de una de las ya clásicas escenas extras escondidas entre los créditos) y deja el camino libre a la presencia de Thor en otras entregas de la franquicia de Marvel, como ya se ha hecho con Iron Man o Hulk. Un buen final para la trilogía gracias a los golpes cómicos y a las nuevas incorporaciones.

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