viernes, abril 19, 2024

Crítica de ‘Manchester frente al mar’: Exquisitamente dolorosa

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: Manchester frente al mar

No me ocurre muy a menudo. Habitualmente, por mucho que me guste (o me desagrade) una película, tengo facilidad para desconectar de ella (si es que debo hacerlo) cuando al salir de la sala, la vida cotidiana me devuelve de sopetón a la realidad. Hay veces que una película me ronda en la cabeza durante días (o semanas) pero no me impide concentrarme en lo que tengo que hacer o vivir “después del cine”. Durante las horas que siguieron a la proyección de Manchester frente al mar no pude evitar un talante taciturno a pesar de que lo inmediatamente siguiente que tenía que hacer a la salida era algo tan mundano como tomar unas cañas con un grupo de amigos.

Me costó mucho desempolvar mi ánimo de la melancolía en la que me sumergió la excelente tercera película de Kenneth Lonergan y no podía parar de pensar en los insondables límites de la tristeza. Y es que Manchester frente al mar es una de esas películas que hacen daño, pero como algunas inyecciones que apenas duelen mientras te las están poniendo y luego te dejan el trasero dolorido todo el día, duele más después de haberla visto que mientras la estás viendo. A pesar de su extraordinaria factura de la que hablaré en los párrafos siguientes, no es una película fácil de recomendar, de hecho, a la salida del cine, mi primer pensamiento fue para un par de personas a las que aconsejar encarecidamente no verla.

Kenneth Lonergan construye desde su propio guion una historia llena de humanidad sobre un hombre que ha buceado hasta el más profundo pozo de amargura que se me ocurre, y lo hace de una manera sutil, delicada, sumergiendo poco a poco al espectador a través de una hábil utilización del flashback como recurso narrativo, la información que vamos recibiendo nos obliga a empatizar cada vez más con ese hombre, a entender el porqué de su vacío, a compartir su pena y contagiarnos de su aflicción. Un hombre, Lee Chandler (Casey Affleck) que se esconde en su rutinaria monotonía laboral anestesiando su emotividad hasta que el fallecimiento de su hermano le obliga a regresar a su ciudad (el Manchester by the sea del título) para hacerse cargo de su sobrino y poner en orden la herencia de su hermano. El inevitable enfrentamiento con su pasado, el encuentro con su ex mujer Randy (Michelle Williams) y su incapacidad para afrontar un futuro diferente son varios de los ejes sobre los que gravita un film tan desgarrador como lleno de autenticidad en cada plano.

Pero además de escribir con inteligencia el guion, Lonergan dirige con el pulso de un maestro para sujetar la cuerda de la emoción lo suficientemente tensa como para no caer en ningún momento en el film lacrimógeno al que el material de partida podía llevarle a poco que cediera a la tentación de tomar los atajos de la sensiblería más ramplona. Es cierto que en algún momento (especialmente álgido) cede a la utilización de la cámara ralentizada (cosa que habitualmente suele molestarme) pero está hecho con tanto rigor que se justifica como un recurso necesario para explicar los vínculos emocionales y afectivos entre los diferentes personajes, precisamente una de las mayores virtudes de Manchester frente al mar. No he podido evitar recordar en varios momentos de la proyección a la magnífica (y muy infravalorada) película Gente Corriente con la que Robert Redford debutó en la dirección allá por 1980. Aunque hace muchos años que no la veo, recuerdo la misma contundencia dramática, un tono narrativo muy similar con una sabia utilización de la música (clásica) y unas interpretaciones memorables de Donald Sutherland y Timothy Hutton

Y es que tan delicada historia y tan rigurosa dirección solo podrían funcionar apoyándose en un reparto lo suficientemente brillante como para coser cada paño del drama sin que se vean las costuras, y Casey Affleck (que para mí hasta ahora no era más que el hermano de Ben Affleck) se consagra como un exquisito actor desde una de las interpretaciones más sutilmente emotivas que recuerdo en mucho tiempo, en su rostro conviven la aplastante tristeza, la tormentosa culpa y el desolador vacío emocional que le obligan a vivir en un estado de “piloto automático”. Le acompañan el joven Lucas Hedges en el papel de su atribulado sobrino en una interpretación que atesora momentos absolutamente prodigiosos (esa crisis de ansiedad abriendo el congelador es inolvidable) y una Michelle Williams que en apenas quince minutos (no creo que salga mucho más juntando todas sus apariciones) se come la pantalla con cada mirada y con cada palabra. Los tres intérpretes citados han sido nominados al Óscar en sus respectivas categorías y será difícil que a Affleck se le escape el correspondiente al mejor actor. Completan el reparto un eficiente Kyle Chandler y las presencias testimoniales de Gretchen Moll y un Matthew Broderick que se nos ha hecho mayor.

La película cuenta con la hermosa fotografía de Jody Lee Lipes y con una extraordinaria banda Sonora de Lesley Barber que además de un emotivo tema coral cuenta con varias delicadas piezas para piano y cuerda, sin embargo, en los momentos cumbres del drama, Lonergan recurre a los clásicos Albinoni, Handel, Poulenc o Massenet para dar cobijo a sus secuencias más emotivas. Seis nominaciones al Óscar y otras tantas a los BAFTA jalonan a todos los premios conseguidos hasta ahora, fundamentalmente por Casey Affleck que parece encaminado a ser el actor del año.

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