jueves, marzo 28, 2024

Crítica de ‘El editor de libros’: El artista y el mentor

Las críticas de Cristina Pamplona «Cris Kitty Cris»: El editor de libros

El biopic es un género desagradecido que a menudo se salva por el buen trabajo de sus actores. Porque, reconozcámoslo, pocas vidas son lo suficientemente interesantes como para retratarlas en una pantalla. La historia del artista, ya sea pintor, cantante o poeta, de familia pobre que se hace un nombre en el cielo de la fama para después caer a los infiernos de la autodestrucción parece un corta y pega. Ofrece interpretaciones desgarradas y memorables como la de Bette Midler en La rosa, Marion Cotillard en La vida en rosa o Ed Harris en Pollock, pero poca originalidad en sus guiones. Por eso considero que El editor de libros hace un trabajo espléndido al sumergirnos en el mundo literario norteamericano de los años 30. Porque no aspira a entrar en la cabeza del artista, sino a contarnos un pequeño episodio de su vida, y con ello hablarnos de literatura, desde aquella que surge del alma del autor, a la que llega a las páginas de un libro.

El editor de libros retrata la relación que mantuvieron el novelista Thomas Wolfe y su editor Max Perkins, un personaje desconocido para gran parte del público, pero esencial en la historia de la literatura del siglo XX pues fue quien descubrió a Scott Fitzgerald y Hemingway, los estandartes de la Generación Perdida. Lejos de ser material de biopic, Perkins era un hombre que vivía para literatura, pero que supo convertirla en negocio. Un hombre honesto de familia sin los pecados que alimentan este género. Fue brevemente interpretado por Malcom McDowell en Los mejores años de mi vida, un drama romántico sobre la escritora Marjorie Kinnan Rawlings. Un personaje tan gris contrasta con la locura y las fascinación por la vida de Thomas Wolfe y podríamos esperar que se repelieran, sin embargo el encontronazo de estas dos figuras se convirtió en una relación de amistad que rozaba la búsqueda de amor paterno filial.

La historia comienza el día que Wolfe lleva a la editorial Charles Scribner’s Sons (editores también de Edith Wharton, Kurt Vonegut o Stephen King) su manuscrito O Lost, una obra de más de 1100 páginas que había sido rechazada por todas las editoriales de Nueva York y que, contra todo pronóstico, despierta el interés de Perkins en publicarlo con la condición de recortar contenido y cambiar el título. Trabajando mano a mano su relación pasa de la de autor y editor a la de mentor y discípulo y, en seguida, a una profunda amistad. El ángel que nos mira, título final de la novela se convirtió en un bestseller y Max Perkins hizo de Thomas Wolfe una nueva promesa de la ficción norteamericana.

El actor y director teatral ganador de un Tony, Michael Grandage, se desvirga en la dirección cinematográfica con esta película en la que colabora con el guionista John Logan con quien ya había trabajado en los escenarios. Fue Logan quien le hizo llegar el guión que escribió catorce años antes tras leer la biografía de Maxwell y quedarse fascinado por ese bromance entre editor y escritor. Grandage y Logan estaban de acuerdo en que querían una película oda a la literatura, que retratase el enorme trabajo que hay tras la producción de un libro y, más centrado en su historia, que combinara el sentimentalismo con el humor. El resultado es humilde e impecable. Tranquiliza saber que será Grandage quien se haga cargo del remake de Chicos y chicas del que se rumorea que Channing Tatum y Joseph Gordon-Levitt podrían heredar los papeles que ya interpretasen en la primera versión Marlon Brando y Frank Sinatra.

No podemos saber cuánto se debe atribuir al director y cuánto al genial reparto, pero en El editor de libros cada personaje está brillantemente interpretado, desde protagonistas a secundarios. Sus protagonistas, Colin Firth como Perkins y Jude Law como Wolfe crean una química enternecedora combinando la actuación escrupulosa, cálida y reservada de Firth con la fiebre desbordada de Law. Esa burbuja en la que se mueven ambos personajes es impenetrable para el resto. Max está entusiasmado con su nuevo protegido como en su momento lo estuviese con Hemingway o Fitzgerald que aparecen en esta historia como personajes secundarios interpretados por Dominic West y Guy Pierce. De Dominic West no me cansaré de decir que es camaleónico en sus interpretaciones y que sin los artificios del maquillaje, ya puede meterse en la piel de Hemingway o en la de Richard Burton que el resultado es impecable. Guy Pierce es un Fitzgerald abatido, una sombra del escritor del Gran Gastby que ahora mendiga guiones de cine para poder permitirse el tratamiento psiquiátrico de Zelda.

Los dos personajes femeninos, Louise Perkins, esposa de Max y Aline Bernstein, amante de Wolfe, interpretados por Laura Linney y Nicole Kidman, son reflejos de sus parejas. Louise es una mujer calmada, estable, que intenta alimentar su creatividad con obras de teatro amateur. Laura Linney está siempre perfecta y en esta ocasión insufla a su personaje una serena dignidad alejada de otros trabajos suyos más viscerales como El show de Truman o Mystic River. No obstante, la atención del espectador se va a Nicole Kidman porque Aline es un personaje mucho más histriónico y nervioso. Kidman representa a esa mujer de los años 20 de la que nos habla Dorothy Parker en sus relatos; ansiosa de vida y pasión que se mueve entre comportamientos extremos. Desquiciante y fascinante a partes iguales.

El encanto de El editor de libros reside en que no busca profundizar en sus dos protagonistas, no tenemos que saber más que lo justo de sus vidas porque la verdadera energía emana de la relación que establecen, del ensombrecido trabajo creativo del editor sobre el hinchado ego del artista.

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