martes, abril 16, 2024

Crítica de ‘Pastel de pera con lavanda’: Soledades encontradas en un film delicadamente hermoso

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Pastel de pera con lavanda

Tras el absurdo título Pastel de pera con lavanda (Le goût des marveilles en el original francés) se esconde una preciosa película llena de sensibilidad y delicadeza, escrita con inteligencia, filmada con exquisito gusto e interpretada con enorme talento por un sólido conjunto de actores entre los que destacan, irremediablemente, Benjamin Lavernhe y Virginie Efira en los papeles protagonistas. Se trata del quinto largometraje de su director Éric Besnard del que no me consta que ninguno de los cuatro anteriores se hayan estrenado en España o tenido una gran repercusión internacional.

Pastel de pera con lavanda es uno de esos films que encarnan a la perfección el concepto (a menudo utilizado a la ligera) de cine de autor. El guion y la dirección, obra de la misma persona, representan un proyecto personal del propio Besnard en el que parte de una sólida construcción de los dos personajes principales para, a partir de ellos, contar una bonita historia que habrá quien, incapaz de ver más allá de sus narices,  despache con la etiqueta de comedia romántica. 
El primero de esos personajes es Pierre (Benjamin Lavernhe), un hombre en sus treinta y tantos diagnosticado de Síndrome de Asperger (una entidad vinculada clínicamente con el autismo aunque con notables diferencias cuya explicación se escapa del cometido de este escrito) que vive junto a un librero al que ayuda a encontrar los viejos ejemplares en unas estanterías que se sabe prácticamente de memoria. Se trata de un personaje complejo en su construcción pero muy sencillo en su desarrollo a lo largo del film pues, por las peculiaridades de su forma de ser, no evoluciona como lo haría un personaje arquetípico sometido a un detonante romántico. 
Pierre es un hombre con una exacerbada sensibilidad, un peculiar modo de empatizar con los demás, una absoluta incapacidad para mentir y una irreprimible tendencia a decir en cada momento lo que piensa aunque atente contra las más básicas convenciones sociales que probablemente desconozca o considere absurdas. No hay, en él, lugar para la hipocresía o el cinismo. Su personaje ofrece al espectador una maravillosa oportunidad de observar la vida desde una inocencia indómita en la que las pulsiones despiertan puras y se manifiestan desnudas, descarnadas y totalmente desprovistas de barreras. Poseedor de una inteligencia excepcional mediante la cual elabora pensamientos complejos reduce, sin embargo, sus acciones a lo esencial. Su conducta no surge de su intelecto si no de unas necesidades o deseos que no sabe o no puede manifestar, al menos de un modo socialmente aceptable, lo cual deviene en agradecibles momentos cómicos que aligeran la carga emocional de la película. 
El otro personaje, Louise, (Virginie Efira) ofrece una versión diferente del mismo mal que en el fondo aqueja a Pierre, la soledad emocional que, como bien sabe todo el que alguna vez la haya experimentado, es terriblemente más dolorosa que la soledad física (que a menudo resulta agradable). Efira, una actriz a quien no conocía, encarna con enorme sensibilidad a una mujer desbordada por su reciente viudedad, por su maternidad en solitario y por una plantación de árboles frutales a la que parece unida más por vínculos afectivos (era el trabajo de su marido) que por una verdadera vocación de fruticultora. 
La escritura de estos dos personajes en el guion es francamente buena, pero quizá Besnard desatiende un poco la creación de los personajes secundarios que quedan un tanto desdibujados, especialmente el de una psicóloga que no parece funcionar en la trama como debería. El vecino Paul, que ejerce las veces de antagonista romántico, tampoco termina de cuajar en un arco argumental que llenan Lavernhe y Efira con sus sutiles y profundas interpretaciones. 
No soy un experto en la materia y no me atrevo a valorar el grado de rigor con el que Besnard sujeta a Pierre a un modelo arquetípico de síndrome de Asperger si es que tal arquetipo existe, que, dada la enorme variabilidad de presentación del síndrome, creo que no. Pero tampoco pienso que haya sido la intención del director hacer un documental detallando de modo rigurosamente científico las características más definitorias del mismo. El Asperger funciona, más bien, como el eje sobre el cual Besnard escribe y dirige un hermoso film sobre la confluencia de dos formas diferentes de soledad emocional que se encuentran y dan alivio de un modo ajeno a los convencionalismos del género.
La concepción estética de la película es intencionadamente preciosista, lo cual causará un enorme espanto a todos los amantes de las películas “feas”. La dirección de fotografía se recrea con detalle en mostrar la enorme belleza de los campos de lavanda, las arboledas y el sol de la Provenza francesa sin necesidad de filtros ni trucos visuales para resultar descaradamente hermosa. Lo mismo puede decirse de la partitura de Christophe Julien que explosiona en los momentos cumbre. 
Estamos ante una película mucho más compleja de lo que aparenta y que en una de sus múltiples caras se revela como un auténtico canto a la naturaleza y a las raíces de los apegos sentimentales tan enclavados en la tierra como en el alma están los recuerdos de quienes añoramos. “Como arranques los árboles de mi padre, te mato” dirá el pequeño hijo de Louise al vecino que pretende comprar sus tierras, sin tener, sin duda alguna, la más mínima conciencia de lo que significa matar. 
Éric Besnard ha encarado con valentía la realización de una película apostando por un actor desconocido para un papel que hubiera sido un bombón imposible de rechazar para cualquier estrella del cine francés. Benjamin Lavernhe pone en juego su amplia experiencia teatral y su inexperiencia cinematográfica para crear un personaje entrañable y querible sin caer ni en la sensiblería ni en el derroche de tics al que hubiera sucumbido cualquier actor ávido de césares, óscares o premios de interpretaciones varios.

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