jueves, abril 18, 2024

Crítica de ‘Berberian Sound Studio’: Aceptamos repollo como efecto de sonido

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Berberian Sound Studio

Con cuatro años de retraso se estrena en salas comerciales Berberian Sound Studio, el segundo film del británico Peter Strickland que pudo verse en el Festival de Sitges de 2012 donde recibió una mención especial del jurado de la crítica. Hace una semana se estrenó también su último largometraje The Duke of Burgundy del cual hemos hablado en esta página. Con tanto retraso, como se pueden imaginar, ambas películas están disponibles en formato doméstico en muchos países y se pueden comprar con facilidad en DVD y Bluray en el Reino Unido o Francia.

Aun así, es de agradecer la iniciativa y el riesgo asumido por la distribuidora para estrenar (e imagino que después editar en DVD) ambas películas y dar a conocer en nuestro país la obra de este director iconoclasta que hace las delicias de determinado sector de la crítica (y del público) ávido de encontrar nuevos genios del cine que encarnen audaces fórmulas cinematográficas. No es mi caso. No participo del entusiasmo que Peter Strickland despierta en determinados ambientes cinéfilos aunque debo puntualizar que Berberian Sound Studio me parece más digerible que The Duke of Burgundy que, como dije en su momento, me procuró (casi) dos horas de soberano aburrimiento. 
El problema es que en Berberian Sound Studio, el director supedita la narración al estilo y da mucha más importancia a todas las cuestiones formales que a la coherencia del relato. A Strickland se le notan tanto las ganas de querer resultar original, audaz, arriesgado, rompedor, diferente y genial que chirria. Y cuando el relato se desprecia y el estilo chirria, todo adquiere un impostado tono de ínfulas artísticas que estomaga. Ocurre en The Duke of Burgundy en grado sumo y ya ocurría, aunque en menor medida en su anterior film, este que ahora nos ocupa. 
Berberian Sound Studio es el nombre de un estudio de sonido que en la Italia de los setenta se convirtió en el santuario donde se sonorizaban muchas de las producciones de ese subgénero cinematográfico que se dio en llamar giallo, aquellas películas con aspecto de serie B derivadas del thriller y el cine de terror del que Darío Argento fue probablemente su principal representante. Hasta este estudio viaja Gilderoy (Toby Jones), un talentoso técnico de sonido británico llamado para trabajar en la mezcla y montaje del sonido de The Equestian Vortex, precisamente un film giallo dirigido por Gianfranco Santini (Antonio Mancino) un estúpido y misógino realizador y producido por Francesco (Cosimo Fusco) más estúpido y misógino todavía. El resto de los personajes, una antipática secretaria (Tonia Sotiropoulou), dos técnicos un tanto extravagantes y las diferentes actrices de voz que participan en The Equestrian Vortex completan el variopinto conjunto de personajes. 
Pero es, sin duda alguna, el excelente trabajo de Toby Jones el mayor aliciente de un film corto que se hace larguísimo. El actor, se vale de su peculiar físico para encarnar a un personaje extraño rodeado de personajes más extraños todavía, su estancia en Italia comienza a adquirir tonos de pesadilla a medida que se sumerge en la creación sonora de una película de la que Strickland no nos muestra ni una imagen y tan solo nos permite conocer mediante sus sonidos. Toby Jones consigue transmitir al espectador la progresiva exasperación y el desasosiego que le produce trabajar con semejantes engendros humanos. 
En cuanto a la realización, cabe reconocer que Strickland consigue crear una atmósfera turbadora y crispante ante la cual algunos espectadores pueden sentirse atraídos. Y, puede también tener cierto interés para los cinéfilos nostálgicos ver como se elaboraban los sonidos de forma artesanal en la época pre digital. Mesas de ecualización, cintas magnéticas y micrófonos prehistóricos recogen el trabajo de Gilderoy apuñalando repollos o estallando sandías contra el suelo para conseguir el sonido de un cuchillo penetrando en un cuerpo o de vísceras salpicando tras haber sido acuchilladas. Muy agradable todo. 
Cerca del final del film, una de las actrices que participa en el doblaje, harta de los atropellos a los que es sometida, termina quitándose violentamente los cascos y gritándole al productor: “¡Váyase al infierno usted y su película!”. Es este el único momento en el que como espectador siento empatía con lo que veo en pantalla. Tal vez sea lo que a mí me apetecería gritarle a Strickland después de las dos películas suyas que me he metido entre pecho y espalda en el plazo de una semana. No sé si volveré a caer en otra.


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