viernes, abril 19, 2024

Crítica de ‘El secreto de una obsesión’: Digno remake de la obra maestra de Campanella

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
El secreto de una obsesión

Voy a intentar no perder demasiado tiempo hablando de lo obvio, es decir, de lo innecesario de hacer un remake de una película fantástica. Hacerlo me llevaría a transitar durante varios párrafos por un camino trillado: el de la falta de ideas del cine hollywoodiense que parece encallado en remakes, precuelas, secuelas, series de películas, sagas y universos cruzados en los que emparentar a superhéroes para hacer películas como churros y seguir dándole a la manivela de traducir los churros, perdón, las películas, en dólares. 

Dicho esto, es urgente que diga que lo anterior no puede llevarnos al equivocado e injusto prejuicio de considerar que todos los remakes son necesariamente malos. Tampoco quiero emplear texto y tiempo del lector en poner ejemplos en los que el remake supera a la obra original, y aunque este no es el caso, El secreto de una obsesión es una fantástica película que americaniza con mucha dignidad la excelente El secreto de sus ojos que en 2009 sirvió para que el argentino Juan José Campanella ganara el Óscar a la mejor película extranjera. El sutil cambio de título en España (no así en EEUU donde la película se titula Secret in their eyes) puede despistar a algún espectador que no supiera este detalle. 
Y no debió repugnarle mucho la idea del remake al propio Campanella cuando su nombre figura como productor ejecutivo en los créditos de esta versión americana. No es el único nombre que se repite, también el del excelente compositor Emilio Kauderer que está (junto a Federico Jusid en la argentina) a cargo de la fantástica banda sonora. A partir de ahí comienzan las diferencias; el guion procede de una diferente adaptación de la novela “La pregunta de sus ojos” de Eduardo Sacheri, realizada por el propio director de la película Billy Ray. 
Ray se esfuerza por introducir coherentes cambios para llevar la historia a la realidad estadounidense post 11-S en la que la lucha antiterrorista podía (y todavía lo sigue haciendo quince años después) justificar desatender un caso de homicidio para proteger a un soplón infiltrado en una mezquita. Cámbiese un oficial del juzgado de instrucción de Buenos Aires por un agente del FBI destinado a Los Ángeles, el fútbol por el béisbol, y acórtense de veinticinco a trece los años transcurridos desde el homicidio a la reapertura de la investigación, y se tendrá una idea aproximada de los cambios más notables del remake. 
Sin embargo, no es argumental si no de elenco, la principal diferencia entre ambas películas. Mientras los inolvidables papeles interpretados por Ricardo Darín y Soledad Villamil en la película argentina han sido encarnados por Chiwetel Ejiofor y Nicole Kidman respectivamente, la tercera pata del film, el personaje que Pablo Rago interpretó como el sufrido viudo de la víctima es aquí reconvertido en un personaje femenino que pasa a ser la madre de la víctima y sirve para que Julia Roberts se convierta en lo mejor de lo película. Con apenas maquillaje (el mínimo para dar sensación de no maquillada), Julia Roberts muestra sin complejos, a sus 48 años, la auténtica belleza que está detrás del photoshop que aturde sus fotografías publicitarias para Lancome o similares, y demuestra (una vez más para los descreídos) que es una fantástica actriz que puede dar mucho más de sí que ser los rescoldos de la novia de América. 
También está muy bien Chiwetel Ejiofor aunque la sombra de Ricardo Darín es muy alargada y la comparación, además de odiosa puede resultar injusta; y lo mismo puede decirse de una Nicole Kidman que afortunadamente se parece más a la actriz que un día fue que a la recauchutada parodia de sí misma que ha interpretado en algunas de sus últimas películas. Ambos interpretan muy bien sus papeles, pero es en la deficiente química entre ambos donde se pierde algo que en la película de Campanella era esencial: el fondo romántico que impregnaba una pelicula policiáca convirtiéndola en algo poco frecuente, un thriller romántico. Completan el reparto los televisivos Dean Norris (el cuñado de Bryan Cranston en Breaking Bad), Michael Kelly (el jefe de personal de Kevin Spacey en House of Cards) y Alfred Molina en un breve (y desagradable) papel.
Es indudable que hay dos grandes tipos de espectadores ante esta película, los que hayan visto El secreto de sus ojos y los que no la hayan visto. Los primeros caerán irremisiblemente en el difícilmente evitable pecado de comparar, pero a poco justos que sean, apreciarán los notables méritos de El secreto de una obsesión. Los segundos, disfrutarán de un intenso y bien filmado thriller según el canon hollywoodiense con un gran triángulo protagonista; pero inmediatamente deberán acudir a su videoclub de cabecera o a cualquier plataforma legal de cine online para ver su antecedente argentino y descubrir que Ricardo Darín y Soledad Villamil desprendían una química que Ejiofor y Kidman no tienen y que se ha perdido (casi) todo el halo romántico que convirtió aquella película en inolvidable. 
Y esto ya es muy personal pero si no lo digo reviento. Encuentro mucho más encanto y poesía en el fútbol que en el béisbol. El inolvidable plano secuencia del estadio de fútbol con toda la lírica y la épica del narrador argentino y los cantos de la afición envolviendo a Darín y Francella ha sido sustituido aquí por una rutinaria secuencia de persecución en el estadio de los Dodgers de la cual lo mejor que puede decirse es que está correctamente filmada.  

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