jueves, marzo 28, 2024

Crítica de ‘Dheepan’: Reinserciones y violencias en el mundo «civilizado»

Las críticas de Carlos Cuesta: Dheepan

La película con la que Jacques Audiard ganó la Palma de Oro del último festival de Cannes es otra pieza del tratado sobre el hombre y la violencia que es la filmografía del realizador francés. Dheepan nos cuenta la historia de un integrante de los tigres tamil, grupo que provocó la guerra civil en Sri Lanka, y que una vez perdida la lucha decide escapar a Europa para salvar la vida y huir de la violencia. En un suburbio de París, Dheepan encuentra una cierta estabilidad en la precariedad, acompañado de una mujer y una niña que hace pasar por su familia y a un trabajo como conserje en un bloque de vivendas podrido por la miseria y la delincuencia.
La violencia extrema está presente en esta película no como componente morboso sino como consecuencia. Se trata de una realidad desagradable que en los films de Audiard se hace necesaria en su búsqueda de lo verídico. Lo explícito de la muerte, de la agresión, del conflicto físico convive en la pantalla con otra forma de violencia menos tangible, pero hasta cierto punto evidente, como es la pobreza, la precariedad o la formación de guetos derivada de complejos problemas de integración. La segunda violencia, origen y causa de la primera, tal cual está presentada en Dheepan es la que más me golpea.

La película en su conjunto es una obra sólida, creíble, desbordante de veracidad y sentimiento, de ambigüedades y preguntas sobre la humanidad y el civismo. Los personajes de Dheepan no son buenos o malos, son personas hipotéticas tal cual las han hecho las circunstancias de sus vidas, reprochables o desagradables hasta lo insoportable, pero humanas. En este paisaje de personas que se cruzan, tan próximo a la vida, las caras principales, la familia interpretada por Jesuthasan Antonythasan, Kalieaswari Srinivasan y Claudine Vinasithamby, gozan del privilegio del anonimato. Sus vidas ficticias serían difícilmente creíbles con este nivel de proximidad representadas por estrellas de cine. Vincent Rottiers (actor con muchos más títulos a sus espaldas) ofrece un gran papel en la piel de un delincuente en libertad vigilada (Brahim) que vive en el piso donde trabaja la mujer de Dheepan.
En otro tipo de film podríamos decir que el personaje de Rottiers y los delincuentes a su mando son los antagonistas, los malos. Pero en las películas de Audiard estas etiquetas no existen o son más complejas. Este delincuente y Dheepan cruzan sus caminos de reinserción en un suburbio de París y terminan por estar enfrentados cuando este último pretenda hacer del patio de vecinos una zona de alto el fuego entre bandas rivales de delincuentes. Dheepan es un excombatiente de un grupo considerado terrorista en Europa que busca en su familia ficticia la normalidad que ya no podrá tener en el país donde murió su auténtica familia; Brahim sale de prisión y continúa su vida criminal con la coartada demagógica de ser «solamente un comerciante».
Audiard no abunda en detalles, o mejor dicho, no abunda en explicaciones. ¿Con qué trafica Brahim, cuál fue su condena, qué tipo de delincuente es? La trama nos muestra un hombre amable, agradable con la mujer de Dheepan, incluso dulce en el trato. Tampoco se nos explica a fondo qué tipo de guerra libró Dheepan, y su pertenencia a un bando concreto no viene acompañada de una interpretación moral de su adhesión, ni se nos dice que su grupo es una organización terrorista para la Unión Europea. Él también parece un buen hombre; parece una persona en busca de una vida digna, aunque probablemente haya matado a personas en actos que Europa considera terroristas, y que seguramente lo sean. Si la película juzga algo no es a sus personajes sino la realidad en la que viven, asumiendo la tesis de que las causas de la violencia exigen una responsabilidad colectiva.

La forma en que Dheepan y su familia miran al supuesto mundo civilizada es muy interesante. Huir de la guerra para instalarse en la violencia silenciosa de la discriminación y en el fuego cruzado de dos bandas rivales quebranta sus mitos de la Europa en paz. Protagonista y artífice de hechos terribles, Dheepan contempla a través de la ventana la tensión social del barrio como si mirara un espectáculo o una película, como si presenciara una ficción; sorprendida por el fuego de un tiroteo, su mujer huye al resguardo del hogar y ve a través del cristal las consecuencias de la refriega, que ya le son lejanas, que parecen una noticia de los informativos.

Sin embargo, es esa existencia entre lo civilizado y lo salvaje lo que es real, mientras la vida interior, la sosegada vivencia familiar conseguida a base de pasaportes falsos para salvar la vida es la ficción; una representación orquestada por Dheepan para alejarse del conflicto en Sri Lanka que él termina por creerse y que de alguna forma nos muestra las posibilidades de reinventarnos (de reinsertarnos) que nos da la vida. Si las circunstancias nos empujan a estar más próximos de los villanos que de los héroes, la decisión de intentar alcanzar una vida honesta le compete a cada uno.

Dheepan es una mirada lúcida a la inmigración, la integración y la violencia, con una gran profundidad emotiva que se transmite a través del silencio, en las interrogaciones que transporta la mirada de sus protagonistas; a través de una banda sonora que nos ofrece los ritmos de una y muchas tragedias; gracias a grandes interpretaciones y a una concepción magnífica sobre el hombre y los ángulos sombríos de su existencia.

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