martes, abril 16, 2024

Crítica de ‘Volver’: El verdadero Oscar de Penélope Cruz

Las críticas de Carlos Cuesta: Volver

Volver es un delirio sobrio. Nos ofrece un relato francamente excepcional, extraño, vestido con el aspecto absolutamente realista de lo cotidiano, de la familiaridad incómoda entre personas cuando nos son ajenas; es una película en la que se avanza con diálogos que clavan el decoro de los personajes, el sentir y las palabras apropiadas para cada personaje hasta alcanzar el pleno realismo. Sin embargo también es delirio, extravagancia, vuelta de tuerca que ahonda en la emociones que acompañan al reencuentro y la supervivencia. 

Penélope Cruz (Raimunda) interpreta un personaje que vive en Madrid una penosa situación, desposeída del glamour pero no de la belleza, que vive con su hija y su marido (Antonio de la Torre), un hombre gris recientemente desempleado y propenso a la bebida, que no es el padre de la niña, aunque la chica aún no lo sabe. Llegó a esta situación desde una juventud rebelde y una mala relación con su madre, fallecida junto a su esposo en un fuego en el pueblo donde se criaron; un lugar encajado en lo absolutamente rural donde los incendios forestales y un viento que incita a la locura son dos vecinos más. Un día al regresar de trabajo Raimunda se hundirá aún más en su desgraciada historia cuando descubra que su hija (Yohana Cobo) ha matado al hombre que creía su padre cuando éste intento abusar de ella.

La mujer ocultará lo sucedido para proteger a su hija y esconderá el cadáver en la cámara frigorífica de un restaurante en el que trabajó tiempo atrás, y del que conserva las llaves para ayudar al propietario a vender el negocio. Por azar le llegará la oportunidad de aprovechar el establecimiento para dar de comer a la plantilla de un rodaje y eso le servirá para remontar su situación. 

Otra trama discurre paralela y viene a dar sentido y a poner en contexto el pasado de Raimunda; tiene que ver con el pueblo, con una tía carnal (Chus Lampreave) al borde de senilidad y que sin embargo se vale por sí misma e incluso las ayuda a ellas con la manutención; tiene que ver con las leyendas acerca de la gente que asegura haber visto u oído a la madre de Raimunda y de su hermana (Lola Dueñas). 

El resto es cuestión de verla y comprobar que Pedro Almodóvar puede llegar a convertir una enredada trama familiar de odios, incomprensiones, infidelidades, incestos y caridad en algo comprensible, cercano a lo verosímil, tremendamente humano; convierte la ocultación de una cadáver en una de esas cosas que, por qué no, puede llegar a pasarle a uno. Penélope Cruz ayuda en esa tarea, manejando unos acontecimientos que puede sobrellevar una de esas personas habituadas a la tragedia pero que insisten en su humanidad. 

Esta película es un cierto modo un homenaje a la resignación entregada de las mujeres. Ellas llevan de nuevo el peso de la acción. Ellas (Penélope Cruz, Chus Lampreave, Carmen Maura, Blanca Portillo, Lola Dueñas, Yohana Cobo…) son las responsables de grandes actuaciones en una producción en la que el género masculino se manifiesta la mayor parte del tiempo como una presencia vulgar, odiosa, dominante e insensible. Una fragmento en concreto, el que escenifica el velatorio de la tía, refleja de una forma impactante la separación radical entre los hombres y las mujeres.

Interpretaciones que nos dejan la esencia misma de una madre representada en Carmen Maura, capaz de manifestar con unos ojos llorosos lo que es el alma del orgullo, de la desdicha y de la ausencia, algo así como un temblor hecho mirada. Esa escena en concreto, ensalzada por la canción Volver nos vuelve a dar la idea de lo importante que son las canciones y la música en el cine de este director. Los temas compuestos por Alberto Iglesias para la banda sonora son el acompañamiento perfecto del ritmo de la historia, del ánimo de los personajes y de la intención de la película. Junto a la música, el sonido, tan sensorial como la imagen, tan presente en los abanicos de las viudas y en los estallidos en los carrillos de los besos tan familiares, tan vecinos. 

De alguna forma peregrina esta película me hace pensar en Rebecca. Si en la película de Alfred Hitchcok el personaje de Rebecca se mantiene siempre presente aún muerta y sin necesidad de aparecer, en Volver el recuerdo de la madre planea sobre las acciones en las que está ausente, sobre las conversaciones en las que interviene y en la vida de un pueblo en el que ya no tiene hueco ni razón de ser. Llamadme raro, pero algo me hizo pensar en algún vínculo entre las dos películas, quizá no tan narrativo y sí más intencional, más ambiental.   

Volver es sin duda el Oscar que debió recibir Penélope Cruz (más merecido que en Vicky Cristina Barcelona). La intensidad de su personaje y lo hondo de su actuación lo valen. Ella eleva una producción en la que no es la única gran actriz. Carmen Maura logra un gran personaje y Blanca Portillo está inmensa. Son mujeres Almodóvar, el nexo del director entre el mundo y sus obsesiones, y lo femenino es su conductor. Él mete los delirios que le acompañan en sus cuerpos, les pone en las manos un guión compacto, una historia viva, y el resto es rodarlo. ¡Vaya universo!

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